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También la amaba él, ¡oh!, la amaba con pasión, porque había bautizado con el nombre de Melia una larga culebrina de 18, y no enviaba su proyectil al enemigo que no se acordase de su amante.

Considerose feliz, libre de ella, teniendo a su lado tan claro ejemplo del poder milagroso de Dios. Creyó que así le advertía para que no volviese a caer en la tentación, que le enviaba un faro para esclarecer las tinieblas de su espíritu. Recordaba siempre lo que le había pasado al P. Gracián, a quien Santa Teresa tanto ayudó en el camino de la virtud con el ejemplo de su conciencia inmaculada.

»El conde recibió este dinero como llovido del cielo; y yo, que no tenía más que un amigo en el mundo, adiviné fácilmente, por los términos en que estaba escrita la carta en que se me enviaba la letra, al que ocultaba una buena acción disfrazándola con el reconocimiento.

Para guarecerse un poco de la cegadora luz que el polvo del camino les enviaba de reflejo despiadadamente, situábanse los pobres diablos junto al jardín, en la breve sombra del seto. ¡Y valiente barullo el que armaban, y asfixiante calor el que sufrían!

Todo lo contrario de lo que yo esperaba, el magnate resultó ser un investigador incansable, y mientras él dedicaba largas horas a explorar en los archivos de la Corte, me enviaba a menudo en busca de documentos a Provincias.

Pocos dias despues de entregada la ciudad de Zaragoza, llegaron 10,000 caballos que enviaba de Africa el rey Ali, y como entendiesen que ya la ciudad estaba en poder de los cristianos, se detuvieron antes de llegar

Desnoyers, al casarse, pensó en su madre. ¡Si la pobre vieja pudiese ver este salto extraordinario de su fortuna! Pero mamá había muerto un año antes, creyendo á su hijo enormemente rico porque le enviaba todos los meses ciento cincuenta pesos, algo más de trescientos francos, extraídos del sueldo que cobraba en la estancia.

¡Vamos, vamos! exclamó la joven haciendo ademán de alzarse . Se va a caer la noche en un instante. Espera, déjame sentir el beso de adiós de ese sol que se está hundiendo. El astro rey ocultaba ya la mitad de su disco en la llanura y enviaba uno a uno sus rayos de púrpura con sonrisa melancólica, colgándolos suavemente a las ramas de los árboles. ¿Lo ves? Ya el sol se ha ido. ¡Vámonos, vámonos!

Entonces aún no había ferrocarril hasta Petrópolis. D. Joaquín, que había envejecido, aunque gustaba de ir allí, se fatigaba mucho y Rafaela se opuso a que fuese. Si iba alguna vez, Rafaela le acompañaba y compartía con él la fatiga. Jamás se quejaba ya de jaqueca, ni enviaba al campo a D. Joaquín cuando estaba jaquecosa.