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Al ruido de la campanilla acudió Kate, la doncella inglesa de la señora. ¿Quién está con el señor? preguntó a esta. El señor ministro de la Gobernación... El señor duque de Bringas y don Juan Velarde juegan en el billar. Dile a don Joselito que no recibo a nadie... Tengo mucha jaqueca. Kate pareció titubear un momento y se decidió al fin a decir tímidamente: ¿Ni tampoco a don Juan Velarde?...

«¡Se había olvidado de su mentira!». Explicó lo mejor que pudo su presencia en el Parque a pesar de la jaqueca. El Magistral confirmó su sospecha. Le había engañado su dulce amiga. Estaba el clérigo pálido, le temblaba un poco la voz, y se movía sin cesar en la mecedora en que se le había invitado a sentarse.

No vale el jurarme que no había nadie. Pues qué, ¿no tengo yo oídos?... ¿Estoy yo tonto?». Decía esto sentado al borde del lecho, la vela en la mano, mirando a su mujer, que continuaba fingiéndose dormida, con la esperanza de que se aplacara. Pero esto no era fácil, y una vez desatada la insana manía, ya había jaqueca para un rato.

Como tengo una jaqueca atroz, , la tengo, no es todo estratagema, no he podido acompañar a mamá, que se ha ido al teatro con la vizcondesa. Llegó la hora. ¡Ay, Narcisito! ¡Qué locura! ¡Qué picardía!

Recobré repentinamente mi sangre fría al ver tanta doblez y respondí con calma, casi con languidez. Tengo jaqueca; mira, estoy en traje de casa. Si quieres, no saldremos para ir á comer. Tengo aquí con qué improvisar una buena comida; nos quedaremos tranquilamente al lado del fuego y me harás compañía hasta muy tarde.

Tenía que hacerle ciertas preguntas que, no tratándose del Arcipreste, podrían ser peligrosas. Glocester había olido algo. «¿Cómo no se marchaba el Magistral? ¿Cómo sufría aquella jaqueca? No, pues él tampoco dejaba el puesto». Era el de Mourelo el más cordial enemigo que tenía el Provisor.

¡Qué contratiempo! mi hermana está indispuesta, un poco de jaqueca, no es nada; mañana estará bien; pero hoy no me atrevo a salir sola con vos. Allá, en América, me animaría; pero aquí no, ¿no es verdad? Seguramente respondió Juan. Me veo obligada a despediros, y lo siento mucho.

Está mala..., un síncope..., jaqueca fuerte... dijo Minghetti . Vamos corriendo a buscar a D. Basilio; le llama a gritos. Sube, hombre; corre; te llama a ti también; nunca la vi así... Esto es grave.... Sube, sube.... Y se lanzaron a la calle los dos emisarios, rivalizando en premura y celo.

Para realizarlo simulaba a la hora de comer una jaqueca y se quedaba en su cuarto; y cuando la familia se hallaba reunida en el comedor bajaba muy despacito a la cocina, y allí se estaba todo el tiempo que duraba la comida, sirviéndose por misma las sobras de la mesa, con sorpresa y admiración de la servidumbre.

Concluyó por enfadarse consigo mismo. ¿Á qué tomarlo tan á pechos? ¡Vaya una jaqueca tonta la que se estaba buscando! Si se marchó, buen viaje. Las consecuencias del rompimiento serían peores para ella; porque él se quedaba en su casa, y ella... ella Dios sabe adónde iría á parar.