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Esta maldita jaqueca... pero ya pasó, y ahora lo menos en quince días no me volverá a dar... ¡Vamos!, ya estás otra vez queriendo marcharte a la cocina. ¿No está ahí esa señora Patria?». Ha ido a la compra. La que está es tu tía, por cierto dando tantismas órdenes, que no sabe una a cuál atender primero. Pues déjala. , a todo di que , y luego haces lo que quieras, pichona.

Total, que Quilito subió a su cuarto muy enfadado, Pablo se fué a la oficina de mal humor, y yo quedé con jaqueca. ¡Qué muchacho, Señor!

Ella con jaqueca, tumbada en el sofá de Vitoria y fija la vista en la pared. Al caer la tarde, cuando escasea la luz, cree ver dibujarse sobre la blanca superficie del muro una serie de escenas en que don Juan, arrodillado a sus pies, le pide perdón con frases muy apasionadas. Por desgracia o por fortuna aquello es una visión destituida de realidad, un sueño, porque si él entrase... ¡sabe Dios!

Ya hacía diez días que tenía mis pasajes en el bolsillo, por donde se verá cuánto desconfiaba de mismo. María Elvira estaba indispuesta asunto de garganta o jaqueca pero visible. Pasé un momento a la antesala a saludarla. La hallé hojeando músicas, desganada. Al verme se sorprendió un poco, aunque tuvo tiempo de echar una rápida ojeada al espejo.

Tenemos ya una gran base de arreglo, que es su conformidad de usted con todo lo que le mande este pobre sacerdote». Fortunata al darle la mano se la besó. Las últimas palabras de la visita fueron referentes al mal tiempo, a que él no podía estar en Madrid sino dos semanas, y por fin a la jaqueca que tenía Maximiliano aquel día. «Es mal de familia. Yo también las padezco.

Eso no, de ningún modo; no comulgaría; se quedaría en la cama fingiendo una jaqueca: de tarde iría a reconciliar, y al otro día la comunión. Este era el mejor plan. La resolución de no comulgar a la mañana siguiente le dio una alegría de niña; era como un día de asueto.

No quisieron ellas variarle la difícil postura, temiendo que si le tocaban, se alborotaría de nuevo y les daría otra jaqueca. Doña Lupe dormitaba, sentada en una silla junto a la cama del matrimonio; pero Fortunata no pegó los ojos en toda la noche. Ya amanecía cuando le acostaron. Apenas daba acuerdo de , y gemía, al moverse, como si tuviera molido a palos su ruin y desdichado cuerpo. v

Ni una cosa ni otra se apuntaba en el lenguaje indiferente y frío de Juan Pablo. Este, después de almorzar, sintiose amagado de la jaqueca y se echó de muy mal humor en su cama. Toda la tarde y parte de la noche estuvo entre las garras de aquella desazón más molesta que grave.

Si esto no daba resultado, escuchaba distraído las disertaciones fisiológicas de su suegro: al cabo solía dormirse beatamente en la butaca. Presentación era mucho más expedita. Mira, papá, no me des más jaqueca con el ovario, la fecundación y todo eso. Son porquerías que no debo oír. El confesor me lo ha prohibido. Lo creo respondía con acento profundo el sabio.

«Pero ahora agregó la santa mujer , se me ocurre hacer otra preguntita... Usted tenga mucha paciencia; buena jaqueca le ha caído encima.