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Actualizado: 5 de julio de 2025


Tiene la mano izquierda naturalmente caída a lo largo del cuerpo y la diestra puesta en un sillón de terciopelo carmesí, encima de cuyo asiento esta tumbada una perrilla de lanas blanca y manchada que, apoyando el hocico sobre uno de los brazos del mueble, mira con extraordinaria viveza.

Ella con jaqueca, tumbada en el sofá de Vitoria y fija la vista en la pared. Al caer la tarde, cuando escasea la luz, cree ver dibujarse sobre la blanca superficie del muro una serie de escenas en que don Juan, arrodillado a sus pies, le pide perdón con frases muy apasionadas. Por desgracia o por fortuna aquello es una visión destituida de realidad, un sueño, porque si él entrase... ¡sabe Dios!

Don Juan se dio en seguida a pensar en lo bonita que estaría aquella mujer envuelta en una bata lujosa, lánguidamente tumbada en una butaca, o vestida de baile con los brazos desnudos, ceñido el cuerpo en sedas y encajes, o mejor aún, en el momento de lavarse y peinarse, que es el instante más favorable para saber si la belleza femenina está en aquel punto de sazón y frescura que la hace ser la obra maestra de Dios.

Al poner el pie en él creyó percibir un sollozo ahogado, que la llenó de sorpresa y temor. Derramó la vista por todo el ámbito y percibió, allá en el fondo, a una señora tumbada en el sofá, ocultando el rostro con el pañuelo, en actitud de llorar. Acercóse, y por el traje la conoció en seguida. Era Irenita. ¡Irenita! Hija mía, ¿qué tienes? exclamó inclinándose sobre ella con solicitud.

De aguja apenas sabía Amparo nada. La madre se resignó con la esperanza de colocarla en la Fábrica. «Que trabaje decía como yo trabajé». Y al murmurar esta sentencia suspiraba, recordando treinta años de incesante afán. Ahora su carne y sus molidos huesos se tendían gustosamente en la cama, donde reposaba tumbada panza arriba ínterin sudaban otros para mantenerla. ¡Que sudasen!

Costole algún trabajo, y abrió en balde varias puertas antes de dar con él; al abrirlas, solía asomarse una cabeza, y una voz áspera decir: «está llenoEn otros departamentos vio formas confusas, gente acurrucada en los rincones o tumbada en los cojines. Al fin acertó, reconoció su sitio.

Llévame en brazos, escondida, como una criatura.... Señorita, está usté perdiendo la chaveta. Vaya, tranquilícese. Llore, que el llanto le hará bien. Era ya de noche. Felicita, llorando, cada vez con desconsuelo más dulce, resignado e inconsciente, se adormeció como un niño. Estaba tumbada en el sofá.

No creas que es exageración: se me renovaron de repente el dolor y la vergüenza de todos los golpes que había recibido en aquella casa; me acordé del último día que pasé allí; creí verme tumbada en el jergón, mientras Inesilla se gozaba en mi daño; su voz cruel y burlona pareció resonar en mis oídos, y claro está, con los recuerdos volvió el rencor y con el rencor el deseo de venganza. ¡Y qué venganza la que se me venía a las manos!

El aspecto de la goleta con los mástiles rotos, tumbada sobre una banda como un animal herido en el corazón, era triste, lastimoso. El mar chocaba contra las peñas y sobre el costado del barco, produciendo un ruido violento como el de un trueno, las gaviotas comenzaban a revolotear en derredor nuestro, lanzando gritos salvajes.

Palabra del Dia

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