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Si se comiera los niños, aquí estarían los huesos, y no hay nada. Es que tiene el estómago fuerte y la picara de ella se los traga. Ahora, Mary, ¿qué hacemos? ¿Quiere usted que vaya a Lúzaro y venga con un paraguas? No; sentémonos. Ya pasará la lluvia. ¿Y qué vamos a hacer? Hablaremos. Nos sentamos en el suelo.

El fisco, cual furioso león hambriento, devoraba judíos, devoraba moros, y de tan rico manjar no quedaban ni los huesos. Otro tanto acontecía con el pueblo. Flaco y roído hasta los tuétanos, pedía un milagro que hiciera llover oro.

Allá por el mes de agosto, un indígena, a quien él curaba de un terrible dolor en los huesos, fue compelido en Huancavelica a trabajar en la mina que llaman La Hedionda. El Caballero Trágico quiso ponerse en su lugar y, disfrazado de salvaje, pasaba todos los días más de cinco horas en las entrañas de la tierra.

Relucían las peñas y los troncos y los bardales y los suelos por todas partes, eso , y se sentía un frío húmedo y pegajoso que llegaba hasta los huesos; pero estaba risueña y en calma la Naturaleza, y esto levantaba mucho los ánimos.

La caverna tenía muy poco fondo: se veía bastante en ella con la luz que recibía por la boca, y por eso se hacían muy fácilmente todas aquellas maniobras de Pito. El cual reapareció al instante con las otras dos crías de la osa, asegurando que no quedaban más que huesos mondos en la cama.

El frío se le iba metiendo por los huesos; el hambre le producía un fuerte dolor en el estómago.

10 Y Absalón, a quien habíamos ungido sobre nosotros, es muerto en la batalla. ¿Por qué pues os estáis ahora quedos en orden a hacer volver al rey? 12 Vosotros sois mis hermanos; mis huesos y mi carne sois; ¿por qué pues seréis vosotros los postreros en volver al rey? 13 Asimismo diréis a Amasa: ¿No eres también hueso mío y carne mía?

Yo no puedo mirarla sin que se me despegue la carne de los huesos, y no puedo apartarla de , porque el frío de la noche hiela todo mi cuerpo. MANRIQUE. Pero, ¿por qué os habéis querido fijar en este sitio? AZUCENA. Porque este sitio tiene para recuerdos muy profundos... desde aquí se descubren los muros de Zaragoza... éste era, éste, el sitio donde murió. MANRIQUE. ¿Quién, madre mía?

Mas esta precaución no evitole seguir viendo pieles seccionadas, músculos separados por pinzas, miembros seccionados a grandes tajos, huesos aserrados por manos de operadores invisibles.

En aquel país de pájaros y de frutas los hombres eran bellos y amables; pero no eran fuertes. Tenían el pensamiento azul como el cielo, y claro como el arroyo; pero no sabían matar, forrados de hierro, con el arcabuz cargado de pólvora. Con huesos de frutas y con gajos de mamey no se puede atravesar una coraza. Caían, como las plumas y las hojas.