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Mientras procuraba convencerla de su inocencia, prodigábala nuestro joven mil caricias apasionadas, sin miedo ya a ser visto de los transeúntes. El interés de la escena le embargaba. Por otra parte, la noche había avanzado un poco, y las calles que recorrían no eran de las más transitadas. Llegaron a la de las Huertas.

Mas las apasionadas que se rinden, ¡cuán dignas de indulgencia!

El delito es obra de la nihilista, si no ha sido cometido por Zakunine; ¡si la nihilista es inocente, Zakunine es el reo! ¡El apasionamiento de usted no constituye una prueba! ¡Mientras no me traiga usted una prueba más válida de sus apasionadas afirmaciones, por muy severos que queramos ser con los acusados, no podremos hacer otra cosa que absolverlos a ambos, por falta de indicios!

Dejo para menos apasionadas plumas la confirmación de este dictamen mío, que podrá parecer sospechoso por interesado, y pongo por conclusión de la censura la que se merece una obra toda de la gloria de Dios, para que en la luz pública logren todos ejemplos de la virtud más heroica y del más apostólico celo. Este es mi dictamen, salvo, etc.

Danvila viene a corroborar una vez más el concepto que yo tengo de este rey, contra el cual, durante su vida y después de su muerte, se han lanzado las más duras acusaciones y las más apasionadas injurias, sin que yo acierte a conceder que fuese menos benigno, más hipócrita o más desalmado entre multitud de otros monarcas, príncipes y magnates del Renacimiento.

Desapareció el respeto que la diferencia de clases había despertado en ella al comienzo de sus amores; se acostumbró á dominarle, á imponerle sus gustos y caprichos, á escuchar con indiferencia sus palabras apasionadas, candentes. De tal modo, que á los seis meses le trataba como á un niño, le hablaba en tono protector, se reía de sus puerilidades, le reprendía y le martirizaba.

Miraba a esas mujeres alegres, cantando todo el día, apasionadas en el baccará de la noche, con un sentimiento de real compasión simpática. No iban al infierno de Panamá, arrastrados por la sed del oro, porque, si sus amantes hubieran tenido dinero, no habrían por cierto dejado la Francia; no ignoraban los peligros que corrían, porque M. Blanchet, el ingeniero en jefe del canal, acababa de morir.

La tributó, uno tras otro, los homenajes y acatamientos que saben rendir los amantes finos, las caricias apasionadas, el testimonio de un amor respetuoso en la apariencia, en realidad libre y desvergonzado. La pobre Rosa, que había rechazado con denuedo las acometidas bruscas y groseras, no tuvo fuerzas para resistir este género de ataque tan diferente, tan nuevo para ella.

Pasado el susto, se abrazó a sus rodillas besándolas con frenesí, se desbordó en un mar de palabras apasionadas, incoherentes, llenas de fuego y de verdad, mientras ella, tan breve, tan diminuta, contemplaba aquel coloso rendido, con sus ojos misteriosos de valenciana lucientes de amor y pasión. Con este inmenso trabajo conquistó el conde de Onís a la gentil señora de D. Pedro Quiñones de León.

Las entrevistas con María fueron desde entonces menos frecuentes y familiares. La joven parecía huirle y evitar las ocasiones de conversar con él íntimamente como antes. Ricardo las buscaba con empeño y las aprovechaba unas veces para dirigirle amargas reconvenciones, otras para decirle con labio balbuciente mil frases apasionadas.