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Adela, por otra parte, estaba demasiado bien educada para hacer caso de su marido. ¡La sociedad es tan divertida y los jóvenes tan amables! ¿Qué hace usted en un rigodón si le oprimen la mano? ¿Qué contesta usted si le repiten cien veces que es interesante? Si tiene usted visita todos los días, ¿cómo cierra usted sus puertas? Es forzoso abrirlas, y por lo regular de par en par.

Costole algún trabajo, y abrió en balde varias puertas antes de dar con él; al abrirlas, solía asomarse una cabeza, y una voz áspera decir: «está llenoEn otros departamentos vio formas confusas, gente acurrucada en los rincones o tumbada en los cojines. Al fin acertó, reconoció su sitio.

CHOCHAS GUISADAS. Se limpian bien y se les saca las tripas y los hígados. CHOCHAS AL HORNO. Desplumadas y limpias sin abrirlas ni quitarles las cabezas, se las envuelve en tocino fresco; después de sazonadas con sal se atan con un hilo, y en una tartera se meten al horno.

Sus pupilas azuladas se cerraron; luego volvió á abrirlas de golpe, extendiendo los brazos con un gesto rígido y siniestro. Yo lanzé un grito; mi padre se presentó y estrechó largo tiempo contra su pecho, en medio de sollozos desgarradores, el pobre cuerpo de una mártir.

¿Ni cómo pararse ella en reflexiones de mayor substancia? ¡Ella, que siempre había sido allí la puerca cenicienta! ¡Ella, que llegaba del colegio con la cabeza llena de fantasías tentadoras y el pecho atestado de mortificantes deseos, y en todo cuanto la rodeaba veía recursos para satisfacerlos, alas con que mecerse en los sonados espacios, llaves de hechizos con que abrirlas doradas puertas que guardaban los descifrados enigmas de su curiosidad insaciable!

Abrirle las puertas de una casa es abrirlas a la liviandad, a la seducción, a la imprudencia. Esto es todo lo que acerca del Sr. de Araceli, sin quitar ni poner cosa alguna. Presentación estaba absorta y doña María aterrada. Señora, señorita y caballeros repuse yo, no disimulando la risa . Al Sr. D. Pedro del Congosto han informado mal respecto al suceso que últimamente ha contado.

Las rosas Niel y las yedras, que plantó contra las paredes, guarnecen ahora las ventanas; no puedo abrirlas sin creer ver a María Teresa con sus delicadas manos llenas de tierra, plantando las enredaderas... ¡Qué buenos tiempos eran aquéllos! Ella tenía catorce años, veintitrés, yo veinte. ¡Qué dulce compañerismo nos unía entonces! ¡Y cómo nos trataba mi buena hermanita!