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En vez de gastar sus fuerzas estérilmente en subir hasta mecerse en las nubes, procuran buenamente redondearse, ocupando el mayor pedazo posible de este miserable planeta. Mas al desenvolver su personalidad libremente en el tiempo y el espacio, nunca dejan de molestar al vecino, de lo cual resulta siempre una bóveda más sólida y espesa que fantástica.

Mario quedó sorprendido. ¡Ah! ¿De modo que porque Godofredo tiene un porvenir brillante está exento de cumplir sus palabras? ¡Eso es! replicó el padre Laguardia, sonriendo de igual modo insolente. Levantó un poco los pies para mecerse y chupó el cigarro con voluptuosidad.

¿Ni cómo pararse ella en reflexiones de mayor substancia? ¡Ella, que siempre había sido allí la puerca cenicienta! ¡Ella, que llegaba del colegio con la cabeza llena de fantasías tentadoras y el pecho atestado de mortificantes deseos, y en todo cuanto la rodeaba veía recursos para satisfacerlos, alas con que mecerse en los sonados espacios, llaves de hechizos con que abrirlas doradas puertas que guardaban los descifrados enigmas de su curiosidad insaciable!

Creen, y creen bien, que una brisa estancada no seria buena para mecerse sobre las florestas de un paraíso; creen, y creen mal, que lo primero es renovar el aire, sin consultar si el aire nuevo está más dañado.

Después, para que la ilusión fuera más completa, vi las negras manchas de sus moles sumergidas, transparentadas en el fondo hasta que, enrarecida más y más la niebla, fue desgarrándose y elevándose en retazos que, después de mecerse indecisos en el aire, iban acumulándose en las faldas de los más altos montes de la cordillera.

Dejando a su madre lamentarse inútilmente o mecerse en peligrosas quimeras, puso sin tardar manos a la obra, apeló a sus relaciones, multiplicó los pasos, pidió poco para obtener algo, y, después de tribulaciones, decepciones y penas que hubieran desanimado a un alma menos valiente, fue nombrada para ese humilde puesto objeto de su ambición. ¡Era la salvación!

Ya llegan a la alta cumbre, ya ven azular los mares, ya ven mecerse las velas, ya piensan hollar la nave. Mira, mira, dice el moro; mira, mi amada, cuál salen inquiriendo nuestras huellas los jinetes del algarbe. No temas, ella responde; no temas, mi bien, mi Zaide, que un encanto aquí me asiste que presto a los dos nos salve.