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Lo que pasó en esta entrevista no se supo, pero pudo observar quien le siguiera los pasos que Laguardia se quitó las gafas para limpiarlas tres o cuatro veces antes de llegar a casa; signo evidente de preocupación: las habituales contracciones nerviosas de su rostro se multiplicaron hasta llamar la atención de los transeúntes. No se alteró el curso de los sucesos en apariencia.

Sin embargo, podemos dejarlo para otro día... Yo quisiera que nuestra conversación fuese sin testigos. ¡Si el padre Laguardia es mi director espiritual! exclamó el piadoso joven volviendo hacia éste su rostro iluminado por una sonrisa de afección filial y sumisión. Cuanto puedas decirme no importa que sea escuchado por él. Si no tiene importancia, porque es indiferente que lo sepa.

Echaron los dos a correr. Sonaron varios tiros. Ambos llegaron ilesos al cementerio. De aquí ganaron pronto el camino de Logroño. Ya fuera de peligro, miraron hacia atrás. El pañuelo seguía en la muralla ondeando al viento. Briones y sus amigos recibieron a Martín y a Bautista como a héroes. Al día siguiente, los carlistas abandonaron Laguardia y se refugiaron en Peñacerrada.

Cuando al talento, la ilustración y la elocuencia siguió Laguardia sin mirar hacia él y dirigiéndose siempre a Mario une además la modestia, entonces cualquiera puede decir: «Ese muchacho está llamado por Dios para algo grande, para ser un baluarte de la fe y combatir los perniciosos errores que andan esparcidos por el mundoLos que tenemos la dicha de mantenernos firmes en medio de la tempestad, los que flotamos por la gracia de Dios en este mar de la incredulidad, tenemos el deber de ayudarle.

Este D. Jeremías desempeñaba un cargo en el Tribunal de la Rota, tenía el título de predicador de S. M. y el de prelado doméstico de S. S. Era activo, intrigante, de genio vivo y trato campechano. Godofredo y él se hicieron en poco tiempo íntimos amigos. Laguardia tenía tendencias a la dominación; le gustaba servir a los amigos, pero dominándolos.

Suponían los de la venta que la monja habría vuelto a Logroño, a no ser que intentara entrar en la ciudad sitiada, tomando en caballería el camino de Lanciego por Oyón y Venaspre. Marcharon a Oyón y luego a Yécora, pero nadie les pudo dar razón. Los dos pueblos estaban casi abandonados. Desde aquel camino alto se veía Laguardia rodeada de su muralla en medio de una explanada enorme.

Mario marchó, con la cabeza baja y el alma llena de repugnancia, hacia casa de sus suegros. Y en el camino fue cuando se le ocurrieron mil argumentos para desbaratar el sofisma del cura Laguardia. Siempre le pasaba lo mismo. No era pronto más que para ver y sentir: su inteligencia perezosa necesitaba tomarse tiempo para formar razonamientos. Llevaba el propósito de aconsejar a su cuñada que olvidase enteramente a Godofredo.

Entonces el hijo predilecto de la Iglesia se acercó a la reja, y con labio balbuciente y el rostro encendido se confesó con D.ª Rafaela. Por no abusar más de su inagotable bondad había tenido precisión de pedir seiscientas pesetas al padre Laguardia, que era quien le perseguía y le había hecho prender.

No replicó Briones , yo lo prohibo. El teniente Ramírez quedará arrestado. Está bien dijo refunfuñando el aludido. Si estos señores quieren un poco de jaleo, cuando tomemos Laguardia pueden venir con nosotros advirtió el oficial. Martín creyó ver alguna ironía en las palabras del militar y replicó burlonamente: ¡Cuando tomen ustedes Laguardia! No, hombre. Eso no es nada para nosotros.

De las dos viajeras del hotel, una se había marchado por la estación; la otra, la monja, había partido en un coche hacia Laguardia. Martín y Bautista supusieron si las dos estarían refugiadas en Laguardia. Sin duda la monja recuperó su ascendiente sobre Catalina en vista de la falta de Martín y la convenció de que volviera con ella al convento.