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Otro general de valor, de prudencia y de prestigio, encargóse entonces de inclinar hacia los alfonsinos la rama de que pendía la fruta apetecida y disputada. Fue este el general Concha, que aceptando el mando del ejército del Norte, partió para Bilbao, dispuesto a restablecer la disciplina, aniquilar a los carlistas y proclamar rey de España al joven príncipe Alfonso.

Necesitamos un ferrocarril verdadero y adecuado para el fomento de nuestros intereses y que no sirva únicamente para proteger una fábrica. Hágase usted cargo de que es obra para siempre y que, si desde su origen adolece de un vicio grave, este vicio pesará eternamente sobre nuestra villa. En segundo lugar, los carlistas no pasarán jamás de Somosierra.

Capistun y Bautista anduvieron entre los grupos. Se decía que uno de aquellos caballeros era Cathelineau, el descendiente del célebre general vendeano; se señalaba también al conde de Barrot y a un marqués navarro. Cuando llegó Martín a Vera se encontró la plaza llena de carlistas; Bautista le dijo: La guerra ha empezado. Martín se quedó pensativo. Volvieron Martín, Capistun y Bautista a Francia.

Y dirigiéndose a la baronesa, añadió con significativa sonrisa: Supongo, baronesa, que usted conocerá bien el camino; pero si alguna no lo conoce, yo puedo indicarle un medio muy seguro por donde enviar socorros a esos infelices, que no están menos necesitados, ni son menos dignos... Yo tengo tirado ya mi plan: la mitad de lo que pueda dar lo entregaré a Genoveva; la otra mitad la enviaré por este conducto de que hablo a los carlistas...

Yo recuerdo que, cuando el de Vergara, en realidad quienes perdimos fuimos nosotros: luego que el partido liberal aseguró la corona a la Reina, le trataron como a un negro; a Espartero le arrinconaron en seguida; a los oficiales carlistas les favorecieron mucho; decían que todos éramos hermanos, y los nuestros, que se habían batido en invierno con pantalón de dril... iban a Filipinas o a Fernando Póo en cuanto parecían sospechosos.

Todos los fuertes permanecían silenciosos, mudas las trincheras carlistas, ni una detonación, ni una humareda cruzaban el aire. La nieve cubría el campo con su mortaja blanca bajo el cielo entoldado y plomizo.

Carlos de Ohando y algunos condiscípulos suyos, carlistas que se las echaban de aristócratas, comenzaron a proteger al Cacho y a excitarlo y a lanzarlo contra Martín. El Cacho tenía un juego furioso de hombre pequeño é iracundo; el juego de Martín, tranquilo y reposado, era del que está seguro de mismo.

Se trata de hacer un recorrido por entre las filas carlistas y conseguir que varios generales y, además, el mismo don Carlos, firmen unas letras. ¡Demonio! No es fácil la cosa exclamó Zalacaín. Ya lo que no; pero se pagaría bien. ¿Cuánto? El patrón ha dicho que daría el veinte por ciento, si le trajeran las letras firmadas. ¿Y a cuánto asciende el valor de las letras? ¿A cuánto?

En aquel mismo momento, don Carlos de Borbón, el pretendiente, llegaba rodeado de un Estado Mayor de generales carlistas y de algunos vendeanos franceses. Se leyó una alocución patriótica, y después don Carlos, repitiendo el final de la alocución, exclamó: Hoy dos de Mayo. ¡Día de fiesta nasional! ¡Abaco el extranquero! El extranquero era Amadeo de Saboya.

Gastaba lo preciso y de mes en mes su fortuna aumentaba, sabe Dios cuánto. Debía de ser muy rica, pero muy rica, porque él veía que Torquemada le llevaba resmas de billetes. En cuanto a su hermano Juan Pablo, ya se sabía a ciencia cierta que estaba con los carlistas, y si estos triunfaban, ocuparía una posición muy alta.