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Actualizado: 18 de julio de 2025


Rodil figuró, y en altísima escala, en la guerra civil de cristinos y carlistas; y como no nos hemos propuesto escribir una biografía de este personaje, nos limitaremos a decir que obtuvo los cargos más importantes y honoríficos. Fué general en jefe del ejército que afianzó sobre las sienes de doña María de la Gloria la corona de Portugal.

Varios carlistas y padres registraban allí las maletas, que no parecía sino que buscaban pecados por entre los pliegues de las camisas, y otros varios viajeros tan asombrados como los nuestros, se hacían cruces como si vieran al Diablo. Allá en un bufete, un padre, más reverendo que los demás, comenzó a interrogar a los recién llegados.

Iban a dar las cuatro de la mañana, cuando Martín, envuelto en su capote, se marchó hacia la ermita del Puy. Los carlistas estaban de maniobras. Llegó al campamento de don Carlos, y, mostrando su carta, le dejaron pasar. El Señor está con dos Reverendos Padres le advirtió un oficial.

Yo he trabajado para los carlistas, pero en el fondo creo que soy liberal. ¿Querría usted servir de guía a la columna que subirá mañana a Peñaplata? No tengo inconveniente. El general se levantó de la silla en donde estaba sentado y se acercó con Zalacaín a uno de los balcones.

Todas estas representaciones habían quedado sin respuesta, a pesar de que, según las circunstancias de la época, no había omitido hacer presente la posibilidad de un desembarco de ingleses, de insurgentes americanos, de franceses, de revolucionarios y de carlistas. Igual acogida habían recibido sus continuas plegarias para obtener algunas pagas.

Y la pícara vieja acentuaba lo de españoles con una ambigua risita que hacía saltar a Butrón detrás de su agujero... ...Uno del Gobierno y otro carlista: en los dos hay heridos y en los dos hay miseria... Supongo, por lo tanto, que esos recursos que se alleguen se dividirán en dos partes iguales: una para los heridos del Gobierno y otra para los carlistas...

Se deslizaron los dos por el borde de la muralla, hasta enfilar una calleja. Ni guardia, ni centinela; no se veía ni se oía nada. El pueblo parecía muerto. ¿Qué pasará aquí? se dijo Martín. Se acercaron al otro extremo de la ciudad. El mismo silencio. Nadie. Indudablemente, los carlistas habían huído de Laguardia. Martín y Bautista adquirieron el convencimiento de que el pueblo estaba abandonado.

Bautista y Martín sabían la reputación del Cura y su enemistad con algunos generales carlistas y convinieron en que era peligroso llevar el alijo a Vera o a Lesaca, mientras anduvieran por allí las gentes del ensotanado cabecilla. Vamos en seguida a darle el aviso a Capistun dijo Bautista. Bueno, vete repuso Martín yo te alcanzo en seguida. ¿Qué vas a hacer? Voy a ver si veo a Catalina.

Adoraba a su hijo, vivía temblando de que le pasara algo, pero, a pesar de todo, había querido que fuera militar. Al decidir la aventura que terminó con la detención de la diligencia y al oir las observaciones de su hija al malhadado proyecto, había contestado: Los carlistas son españoles y caballeros y no pueden hacer daño a unas señoras.

Los trabajadores carlistas dudaban; tenía entre ellos amigos el Magistral, pero si le respetaban por sacerdote, le temían por rico... y sospechaban algo. De lo que no hablaba la multitud era del asunto de las faldas. Allá cuando la Revolución, se había dicho si tenía o no tenía don Fermín aventuras en los barrios bajos; pero ya nadie se acordaba por allí de tales cuentos.

Palabra del Dia

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