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Actualizado: 18 de julio de 2025
Los carlistas atacaron el pueblo, los nacionales se refugiaron en la torre de la iglesia, y entonces aquéllos la incendiaron: un nacional que se descolgó por una ventana, pudo correr al caer a tierra, pero le vio el prior y comenzó a gritar: ¡a ese conejo que se escapa! ¡cazarle! y le mataron. Por supuesto, que el tal prior era una fiera.
Pepe no le vio; pero Pateta se fijó en él y hubo un momento en que, interrumpidos los disparos carlistas, el gatera madrileño, que iba trepando cuesta arriba como una alimaña del monte, oyó clara y distinta la voz de aquel hombre que, agitando furiosamente el sable, gritaba a los de la trinchera: ¡Quietos ahora! ¡quietos, y luego tirar a los oficiales!
No se puede negar que existe gran semejanza entre la Junta de Castel-o-Branco y el congreso de los cántaros, y que los carlistas que componen la una y los salvajes que forman el otro, están igualmente frescos.
Con su rápido instinto de comprender la situación, Martín se dió cuenta de que no había más remedio que someterse y dijo a Bautista, en vascuence, aparentando gran jovialidad: ¡Qué demonio, Bautista! ¿No querías tú entrar en una partida? ¿No somos carlistas? Pues ahora estamos a tiempo. Uno de los tres hombres, viendo como se explicaba Zalacaín, exclamó satisfecho: ¡Arrayua!
¿Y qué tal? ¿parece buen sujeto el cura? Es español, mi capitán, y creo que es todo un hombre. ¡Español! me dije yo; eso sí me alarma; yo no he conocido clérigos españoles más que carlistas. En fin, con no promover disputas políticas, me evitaré cualquier disgusto y pasaré una noche agradable. Vamos, González, a reunimos al cura.
Los carlistas se apoderaban de una porción de pueblos abandonados por los liberales. Habían entrado en Estella. En las dos orillas del Bidasoa, lo mismo en la frontera española que en la francesa, se sentía un gran entusiasmo por la causa del Pretendiente. Capistun y Bautista señalaron sus conocidos alistados ya en la facción. La mayoría eran mozos, pero no faltaban tampoco los viejos.
La fortuna de don Luis, con ser respetable, no era sino resto de lo mucho que gastó su padre en conspirar contra Sartorius y Narváez; pero lo que mejor heredó fue un grande amor al partido progresista, mucha antipatía a la demagogia, que se le antojaba cosa pagada con el oro de la reacción, y una repulsión invencible a moderados y carlistas.
Los tres partieron juntos hacia la sierra en busca de Iturralde, según se creía. Mucho extrañó a Monsalud el ver que su hermano, en lugar de recibir esta noticia con la alegría que siempre mostraba, tratándose de ventajas carlistas, la oyó con gran asombro, y después de larguísima pausa, se afligió mucho y se dio un golpe en la frente como en señal de abatimiento y desesperación.
¿Qué decía usted, don Máximo? Que yo no creo que los carlistas intenten nada contra la Fábrica... Sería una empresa ridícula.
Cuando los soldados comenzaron a subir la falda de Monte-Dalarza, cesó el fuego de los carlistas: no querían desperdiciar municiones.
Palabra del Dia
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