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Actualizado: 4 de mayo de 2025


Hasta los que llegaban de fuera, limpios de prejuicios, sufrían al poco tiempo la influencia de esta repulsión de razas que parecía diluida en la atmósfera. Una vez continuó Valls vino un matrimonio belga a establecerse en la isla, recomendado a por un amigo de Amberes.

El aya lo examinaba todo con miradas despreciativas; Paz estuvo a punto de volver pies atrás; mas dominando de pronto la repulsión que sentía hacia la otra, preguntó, apartando del chiquitín las miradas: ¿Hace Vd. el favor de decirme cuál es el cuarto del Sr. Resmilla? En mi casa, prencipal núm. 2,... pero no se le pué ver. Lo siento; deseaba hablarle... y tal vez no me sea fácil volver.

Con no ser nada escrupulosa la Reina Isabel, sentía repulsión por un hombre que de tal manera se servía de los secretos de su amo: no había sido bastante la carta autógrafa de Enrique IV para acordarle audiencia, ni se la había dado el Lord tesorero, teniéndolo desde un principio, naturalmente, por enemigo político y antipático agente, bien que no desconocía ser muy capaz para su intento . La insistencia del favorito Conde alcanzó, no obstante, que franqueara Pérez las puertas del palacio real, favor seguido de pensión anual de 130 libras , dejando al tacto y la imaginación del insinuante emigrado mostrar su reconocimiento y hacerse agradable á Isabel con la relación de aventuras galantes y cuentos de la corte de España .

Su cuerpo se revolvía contra toda caricia que saliese de los límites del rostro, y esta repulsión vigorosa era tan brusca, que él se sintió empujado, vacilante sobre sus pies, teniendo que esforzarse para no caer. Luego, como arrepentida de su defensa, le echaba los brazos al cuello y volvió a su gesto de sumisión, descansando la cabeza en su hombro, gimiendo con un abandono de niña enferma.

Hacia la izquierda estaba el aposento que a Isidora se destinaba, el cual tenía una ventana enrejada a la calle, un camastrón de hierro, mesa y dos sillas... La dejaban sola; poco después entraba la celadora, quien, con formas de adulación artera y llamándola señorita, ofreció servirla y acompañarla. Isidora la miraba con repulsión.

Algunos la reconocían, repitiendo su nombre: «la duquesa de Delille». Por instintiva repulsión, ó por el cobarde deseo de no verse mezclados en «historias», nadie la hablaba, dejándola sola en el centro del grupo, con sus ojos estupefactos que imploraban un auxilio, sin saber cuál. Personas de buena voluntad empezaron á desarrollar sus iniciativas autoritarias. ¡Aire!... ¡dejen aire!

El camarada de Gabriel, llevaba en el cinto por todo armamento una pistola, regalo de la Obrería: una antigüedad que jamás se había disparado. A Luna le enseñó el Vara de plata una carabina, legada por el ex guardia civil a la sacristía como recuerdo de sus años de servicio. Gabriel hizo un gesto de repulsión. Bien estaba allí: ya la buscaría cuando la necesitase.

Su esposa salía de ellas como de un suplicio: resignada porque así lo exigía su deber, pero con un gesto de repulsión mal disimulado. La cordialidad de su juventud no podía resucitar. El recuerdo del hijo se incrustaba entre los dos, dejando apenas en el pensamiento un breve espacio para el deseo voluptuoso... ¡Y así sería siempre! Volvió á esperar con impaciencia la hora de huir de Barcelona.

Surgió en su interior una repulsión de casta, al pensar que pudiera protegerle aquel compatriota de gustos ordinarios. No le era antipático; pero nunca le admitiría como un igual. Elena acabó por irritarse, cansada de sus protestas.

¡Horrible desengaño!... Si el rostro del príncipe de Marruecos era bello como la flor de un tulipán, su alma era débil y pequeña como la planta, y tenía por raíz una cebolla venenosa. El alma hermosísima de Cristela no podía simpatizar con alma semejante. Su antiguo amor se trocó en verdadera repulsión.

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