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Era imposible que la mezquindad de semejante sistema y la carencia intelectual de su marido, pudiesen escapar a una inteligencia tan activa como la de la señora Maurescamp. No fue mucho tiempo víctima de sus aires de suficiencia y maneras autoritarias. No siempre conocen los hombres a sus mujeres, pero las mujeres conocen siempre a sus maridos.

Rubín, después de su fracaso en el campo y corte de D. Carlos, había tomado en aborrecimiento a los hombres del bando absolutista; pero conservaba las ideas autoritarias y la opinión de que no se puede gobernar bien sino dando muchos palos.

Apenas nacemos, ya el Estado comienza a hacernos víctimas de sus coacciones autoritarias en nombre de un orden que, la verdad, no aparece por ninguna parte.

Las religiones fueron para él invenciones humanas, sometidas a las condiciones de existencia de todo organismo, con su infancia generosa, capaz de ciegos sacrificios, su virilidad absorbente y dominadora, en la que las antiguas dulzuras se convierten en imposiciones autoritarias del poder, y su vejez irremediable, con una lenta agonía que hace que el enfermo, adivinando su próximo fin, se agarre a la vida con el ansia de la desesperación.

Los ojos orgullosos, coronados de espesas cejas, estaban como incrustados en una frente estrecha y altanera. La boca era fina, sinuosa y como contraída con desagrado. La barbilla puntiaguda indicaba á su pesar tendencias autoritarias llevadas hasta la tiranía.

Se supo, también, que, al final de esta memorable confidencia, había sido llamada Narcisa, y que después de escuchar, con mal contenida impaciencia, las admoniciones de su hermano, más autoritarias que suplicantes, salió diciendo, evasivamente y con saña: Cásate con ella y te la llevas a navegar; mientras tanto, mamá dispone al fin de su herencia, que ya es hora, y paga lo que debe y salimos a flote.... Eso es lo mejor que podías hacer; ya que tanto te interesa la chica, a la vez que la sacas de penas, nos sacas a todos.... que eres el mayor y el preferido, debes ayudar a tu madre....

Era una beata del tercero ó cuarto orden, muy sincera y humildita, siempre dispuesta á obedecer sin réplica los mandatos de las de alta categoría, casi todas señoras muy autoritarias y gazmoñas, que hacían y deshacían á su antojo.

Algunos la reconocían, repitiendo su nombre: «la duquesa de Delille». Por instintiva repulsión, ó por el cobarde deseo de no verse mezclados en «historias», nadie la hablaba, dejándola sola en el centro del grupo, con sus ojos estupefactos que imploraban un auxilio, sin saber cuál. Personas de buena voluntad empezaron á desarrollar sus iniciativas autoritarias. ¡Aire!... ¡dejen aire!