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No nos cuidemos del Tirabeque. Don Pedrito espera a usted. ¿Quiere usted acudir? ¿Quiere usted salvarse? murmuré con impaciencia, a tiempo que encendía otra cerilla. ¡Qué cara la de Angustias: infantil, contraída, atormentada por un dolor oscuro, apenas consciente! ¡Quiero salvarme! ¡Quiero salvarme! dijo con voz sollozante, agarrándose desesperada a mi brazo, como a tabla de salvación.

Con espantosas amenazas me juró que aunque tuviera que causar tu pérdida, me libraría de , pues bien sabía que mi amor me impediría ceder de buen grado. ¡Cobarde! exclamó Jacobo, con la cara contraída por el furor. ¿Por qué no me dijiste nada? Porque empezabas á separarte de , lo conocía, y no quería perder una ocasión de probarlo por medio de sus revelaciones.

D. Agustin de Jauregui, en su carta de 20 de Agosto de 1779, concernientes no solo á conservar la amistad contraida con los caciques de Quinlchilca, Ranco y Rio Bueno, sino á adelantarla, y adelantar tambien, si fuere posible, las noticias de la verdadera situacion de los establecimientos que se pretenden descubrir, y la de los caminos mas cómodos para llegar á sus poblaciones, seria desde luego muy conveniente que el notorio celo de V.S. confiriese esta comision al sargento mayor, D. Lucas de Molina, ó á otro oficial de honor de la plaza de Valdivia, que hubiere manifestado deseo positivo de lograr el hallazgo de tales poblaciones: ordenando al Gobernador de la plaza, que lejos de poner embarazo en la práctica de estas diligencias, tan interesantes al estado, contribuya por su parte, cuanto le sea posible, dando al comisionado los auxilios que pidiere y necesitare para el desempeño de su comision.

Según dijeron al joven, tenía rota la espina dorsal, quebrado su esqueleto por varias partes. La cara mostrábase intacta, contraída por un gesto de inmenso dolor. Isidro sólo pudo ver uno de sus ojos, desmesuradamente abierto, que parecía fijar en él la vidriosa pupila.

¿Veis á ese cuyos ojos centellean, que se agita en su asiento, da recias palmadas sobre la mesa, y al fin se deja caer el libro de la mano, exclamando: bien, muy bien, magnifico?.... ¿Notais aquel otro que tiene delante de un libro cerrado, y que con los brazos cruzados sobre el pecho, los ojos fijos, y la frente contraida y torva, manifiesta que está sumido en meditacion profunda, y que al fin vuelve de repente en , y se levanta diciendo: «evidente, exacto, no puede ser de otra manera....?» Pues el uno es Boileau, que lee un trozo escogido de la carta á los Pisones, ó de las Sátiras, y que á pesar de saberlo de memoria, lo encuentra todavía nuevo, sorprendente, y no puede contener los impulsos de su entusiasmo: el otro es Descártes que medita sobre los colores y resuelve que no son mas que una sensacion.

Luego, su vida tuvo un doble objeto santo y noble: derramar los consuelos de la más piadosa de las ciencias sobre los dolientes sin ventura y velar por la dicha de Carmen. Era para él una suprema delicia espiritual el consagrarse de lleno a pagar en la hija la inmensa deuda de gratitud contraída con el padre.

Abrió la puerta del salón y con la misma tranquila seguridad de ocho días antes en el salón de la señorita Guichard, dijo: Buenas tardes, mi querida prima ... bien venida á mi casa. Clementina, de pie y contraída, esperaba el choque, y aquella acogida cortés, después de tantas villanías hechas por ella, la desconcertó.

Mirósela y vio que todavía sangraba del golpe, pero entre sus dedos lucía una hoja de acero. No pudo recordar cuándo ni cómo vino a su poder. La persona que le sujetaba por la mano, era el señor Morfeo, que arrastró al maestro hacia la puerta, pero éste se resistía y se esforzó en articular el nombre de «Melisa», tan bien como lo permitía su boca contraída y convulsa.

El médico del vapor, caballero muy estimable, habia muerto en lanoche anterior, de fiebre amarilla, enfermedad contraída en San-Thomas, donde la muerte hace todos los años abundante cosecha de viajeros. Toda la tripulación estaba reunida en el escotillón, miéntras la mayor parte de los pasajeros dormían. La ceremonia era solemne y profundamente aflictiva.

¡Qué suplicio! He pagado bien cara mi salvación al precio de esta esclavitud... Apoyó la cara en la mano y se puso á reflexionar dolorosamente. Cuando la doncella fué á anunciar que el almuerzo estaba dispuesto, la encontró en el mismo sitio, con la mirada fija y la boca contraída, repasando en la memoria sus tristes recuerdos.