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No había, pues, más remedio que hacer lo que hice, y salvarme... Caiga el que caiga. El mundo es así. Debía yo salvarme, ¿ o no? Pues debiendo salvarme, no había más remedio que lanzarme fuera del barco que se sumergía. En los naufragios siempre hay alguien que se ahoga... Y en el caso concreto del abandono, hay también mucho que hablar. Ciertas palabras no significan nada por .

Digo, señor, replicó Roger, que estoy pronto á obedeceros ahora mismo. Pero ¿cómo apartarme de vos en estas circunstancias? Para servirme mejor y quizás para salvarme, Roger. ¿Y vos, Norbury? Por toda respuesta el escudero, no menos animoso que Roger, asió la cuerda y empezó á asegurarla firmemente en torno de una saliente roca.

¡Cuántas veces en mis noches de horror, encadenado á mis compañeros de miseria, he recordado aquellas repugnantes escenas, en las que tenía el valor de oponer á las lágrimas de mi madre un cinismo burlón y feroz! ¡Cuánto he deplorado aquella ceguera que me entregaba á los consejos pérfidos de mis aduladores y de mis parásitos y me impedía ver la actitud suplicante de dos ángeles que querían salvarme!... Pero yo estaba destinado á la desgracia y, debo confesarlo, muy justamente.

¡Adiós! continuó en voz baja, con la garganta hinchada de sollozos . Ya no me verás... Voy á morir pronto: me lo dice el corazón... ¡Moriré por ti!... Tal vez llores algún día pensando que pudiste salvarme. Alguien había intervenido para arrancar á Freya de su rebelde inmovilidad. Era Caragòl, solicitado por los ojos implorantes del piloto.

La ley es rigurosa y expresa... y no era necesario que vuestro proceso estuviese en manos del terrible alcalde de casa y corte, Ruy Pérez Sarmiento, que se perece por ahorcar gente; cualquier otro alcalde, por bueno y por compasivo que fuese, os entregaría al verdugo. ¿Y habéis venido á decirme eso, cuando yo, ¡triste de ! creía que veníais á salvarme?

Nosotros la salvaremos. ¿Qué puedo hacer por usted? Veamos. ¿Hay en poder de ese hombre alguna prenda ó alguna carta, que pueda reclamarle de parte de usted? Disponga de como de un hermano. Dejó mi mano con cólera. ¡Ah, qué duro es usted! me dijo habla de salvarme y es usted quien me pierde.

Todo eso es horroroso le dije un día, tanto, que si hubiera de salvar yo alguna casa de esta ciudad de réprobos, sólo una señalaría en blanco. ¿La de usted? preguntó Magdalena. La mía precisamente para salvarme con usted. Al oír tales y tan rudos anatemas, Magdalena solía sonreír tristemente.

Dios me salvará y yo combatiré por salvarme con su auxilio; pero, si me pierdo, los enemigos del alma y los pecados mortales no han de entrar disfrazados ni por capitulación en la fortaleza de mi conciencia, sino con banderas desplegadas, llevándolo todo a sangre y fuego y después de acérrimo combate.

Si el golpe cae, como tiene que suceder más tarde o más temprano, seré aplastada y quedaré perdida. No hay poder que pueda entonces salvarme; ni aun su fiel y noble amistad me servirá. Ciertamente, Mabel, que habla usted de una manera muy extraña. No la entiendo. Así lo creo fue su contestación breve. Usted no lo sabe todo.

Usted ha prometido ser mi amigo. Debe salvarme, debe salvarme de ese hombre... , de ese hombre cuyo simple contacto esparce la muerte! Apenas hubo pronunciado estas palabras, vaciló, tendió aturdidamente sus finas manos blancas, y hubiera caído al suelo sin sentido, si yo no hubiese dado un salto adelante y la hubiera tomado en mis brazos.