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Confuso, bajó el joven la cabeza y replicó hoscamente: ¿Con qué derecho me interroga usted? Con el derecho que usted me ha dado tratándome como rival a quien se detesta... Su antipatía no puede explicarse sino por la ceguera de los celos, y por esta misma razón le repito que está usted enamorado de la señora Liénard. ¿Se burla usted de ? murmuró Simón esquivando la mirada de Delaberge.

Mientras tanto, había vuelto al piso superior y, apoyándome contra una columna gótica, adornada con tristes emblemas, advertí unos caracteres penosamente trazados sobre una de las caras del zócalo, y leí lo siguiente: «Viendo la ceguera y las miserias del hombre, y esas contrariedades sorprendentes que se descubren en su naturaleza, y mirando al universo entero mudo y al hombre sin luz, abandonado a mismo y como extraviado en este rincón del universo, sin saber quién le ha puesto en él, qué ha venido a hacer, cuál haya de ser su destino futuro, yo me espanto como el hombre a quien hubiesen llevado dormido a una isla desierta llena de peligros, y se despertase sin conocer dónde está ni los medios de salir; reflexionando sobre esto me admira cómo el hombre no se desespera por tan miserable estado

En cambio, el patriarca montañés profesaba al cura un cariño y una admiración extraordinarios, gustaba mucho de oirle hablar sobre religión, y se consolaba en las penas que le ocasionaban su ceguera y su pobreza, escuchando las dulces y santas palabras del joven sacerdote.

Te llamé, no me respondiste.... Cuando mis ojos pudieron ver de nuevo, el arco iris había desaparecido.... Salí para buscarte, creí que estabas en la huerta... bajé, subí, y aquí estoy.... Te encuentro tan maravillosamente hermosa que me parece que nunca te he visto bien hasta hoy... nunca hasta hoy, porque ya he tenido tiempo de comparar.... He visto muchas mujeres... todas son horribles junto a ti.... Si me cuesta trabajo creer que hayas existido durante mi ceguera.... No, no, lo que me ocurre es que naciste en el momento en que se hizo la luz dentro de , que te creó mi pensamiento en el instante de ser dueño del mundo visible.... Me han dicho que no hay ninguna criatura que a ti se compare.

Usted no ve estos horrores. ¡Dichosa ceguera la de aquellos cuyos ojos cerró Dios al venir al mundo! Es verdad ... no lo ... dijo Paula con una ironía tan marcada, que fué preciso todo el extravío de Lázaro para no notarlo. No lo , no entiendo de eso. Soy una tonta devota. Estas últimas palabras, dichas con cierto despecho fueron bastantes á fijar la atención del interlocutor.

Pulido, examinando el caso con su poderosa vista interior, que por la ceguera de los ojos corporales prodigiosamente se le aumentaba, remachó el convencimiento de los burreros, y en tono profético les dijo que tan cierto era que saldría premiado el 5.005, como que hay Dios en el Cielo y Diablo en los Infiernos.

Su pena sincera no era parte a ocultar la satisfacción que la embargaba por el feliz arreglo de su conflicto metálico en aquel día crítico. Cómo y de qué manera se había hecho el arreglo, ya lo diría más adelante, pues no era ocasión de importunarla con cosas que no le importaban... «¿Y el médico qué dice?». La excelente señora esperaba que la ceguera fuese una desazón de pocos días.

Aquí apareció nuevamente el Maestro Burguillos, y hasta a su hija Antonia de Nevares, de edad de cinco años, hízola aparecer Lope como concurriendo a disputar los premios de la justa. Por este tiempo ya doña Marta de Nevares debe haber contraído la enfermedad a la vista, de que le resultó una ceguera incurable.

Era, sin embargo, tan elevado el temple de carácter de Beatriz, que ni un momento pasó por su mente la idea de ceder a la tentación, abusando de la vulgar ceguera de su marido; persistió, pues, en la conducta que de antemano se había trazado al prever, más o menos tarde, la vuelta de Pierrepont, y fue para ella tanto menor dificultad tenerlo a distancia, cuanto que Pedro procuraba, por su parte, altivo y desdeñoso, mantenerse lejos de Beatriz, prefiriendo los reproches del marido al desprecio de la mujer.

Si alguna vez acertamos, entregándonos ciegamente á lo que él nos inspira, ¡cuántas y cuántas nos hace extraviar! ¿Sabeis porqué se atribuye al corazon ese acierto instintivo? porque nos llama extremadamente la atencion uno de sus aciertos, cuando nos consta que son tantos sus desaciertos; porque nos causa extraña sorpresa el verle adivinar en medio de su ceguera, cuando son tantas las veces que le encontramos desatinado.