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¡Ah, mal corazón! ¡Mala hermana!... ¡Y cuán poco te conocía! Estos reproches de Fermín, dichos con voz entrecortada, como si fuese a llorar, causaron más efecto en María que las amenazas y violencias de antes. Fermín... quería ser muda para que no sufrieses; porque que la verdad te hará daño. ¡Ay, Jesús mío! ¡Destrozarles el alma a los dos hombres que más quiero!...

Sus reproches y exhortaciones dan por resultado que se rebelen de nuevo los bohemios y tomen las armas, y ella en persona lo acompaña á la guerra. Antes de la batalla decisiva se aparece otra vez la visión á Ottokar, pero ahora no la atiende, precipitándose en lo más espeso de la pelea, y sucumbiendo de los primeros.

Nunca olvidaré su alegría al verme casi restablecido y no moribundo como temía; y sus quejas y reproches por no haber confiado en ella y díchole la verdad, justifican en parte los medios de que me valí para aplacarla.

Temblorosa y muy pálida con su vestido negro, la delicada y enfermiza criatura se suspendía de su brazo y se estremecía bajo las miradas con que la examinaban los extraños, en las cuales se mezclaban la compasión y el desdén. Su suegra la había acogido con reproches e imprecaciones, y transcurrió casi un año antes que entre ellas se establecieran relaciones algo tolerables.

Esta, en el momento de irse, le oprimió la mano fuertemente, como para pedirle, con esta seña furtiva, que fuese buena para Muñoz. Se sentaron juntos y él comenzó, penosamente, a repetirle los reproches de siempre, sin encontrar palabras oportunas ni decisivas. La sentía a su lado protegida como por un gran resplandor. Estoy muy mal esta noche, Muñoz, exclamó ella.

Me encuentro ya en la deliciosa morada de mi cuñado el abate Lamartine, en Montculot, en medio de bosques y de fuentes, en una especie de desierto que parece una abadía. Debiera estar aquí en paz, y sin embargo no es así; los cuidados de madre de familia me siguen por todas partes, incluso aquí mismo. ¡Ah! ¡cuántos reproches debo echarme en cara!

Porque que eres sabida, en que me quieres me afirmo; que nunca fue desdichado amor que fue conocido. Bien es verdad que tal vez, Olalla, me has dado indicio que tienes de bronce el alma y el blanco pecho de risco. Mas allá entre tus reproches y honestísimos desvíos, tal vez la esperanza muestra la orilla de su vestido.

¡Señor de Avrigny! decía el joven, aturdido por las palabras de su antiguo tutor. ¡Qué es eso! repuso el padre de Magdalena con acento más tranquilo, pero más mordaz todavía. Te ofenden mis reproches porque son justos, ¿no es cierto? Pues no tendrás más remedio que habituarte a ellos si sigues llevando esa vida ociosa, o renunciar a tratarte con un tutor regañón y descontentadizo.

Era el corazón de Beatriz, a pesar de su orgullo aristocrático y de sus vanidades mundanal, demasiado noble, demasiado generoso, para mostrarse insensible a la actitud firme, magnánima, heroica del artista enfrente de la muerte; y en su admiración, mezclada de profunda, lástima y quizás de sentimientos más tiernos todavía, ella no recordaba sino para sonrojarse los mezquinos reproches que allá en su fuero interno había alimentado contra su marido; admirábase de haberlo hasta tal punto desconocido, de haber tan injustamente cerrado los ojos ante las luminosas cualidades del hombre y del artista para fijarse sólo en algunas miserables imperfecciones de detalle.

Usted las encontraba enfáticas y exageradas, y ahora las echa de menos. ¡He ahí lo que son las mujeres! Sea; somos variables, y es difícil contentarnos; ya ve usted, me adelanto a sus reproches. Pero volvamos al asunto que yo quería abordar ante este cielo lúgubre. Razón tengo en inquietarme, pues me anuncia una conversación en armonía con el tiempo, y reconoce que es lúgubre.