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Actualizado: 19 de septiembre de 2024
Las mujeres se apresuraron a cumplir la orden, ávidas, sobre todo la hermana, de que el moribundo se reconciliase con Dios. Aunque hace ya mucho tiempo que no hemos hablado de asuntos religiosos dijo el padre Gil, sentándose al pie de la cama e inclinando su cabeza hacia el mayorazgo, presumo que sus ideas no habrán cambiado desde la última vez que hemos discutido.
Nunca olvidaré su alegría al verme casi restablecido y no moribundo como temía; y sus quejas y reproches por no haber confiado en ella y díchole la verdad, justifican en parte los medios de que me valí para aplacarla.
»No puedo, como ministro del Señor, revelar las palabras de un moribundo, ni el secreto de la confesión; ¡pero le aseguro, y esta palabra debe bastarle, que creería ofender al Cielo si bendijese el matrimonio de ustedes! »Teobaldo salió, dejándonos consternados.
acometió á las sopas de leche, haciendo en ellas él solo tanto estrago como toda la familia junta. Después de la leche nos sirvieron vino blanco con bizcochos, prototipo en las aldeas de digestivos y confortantes, y cuyas virtudes se tienen en tanto, que lo mismo se administra este agasajo á un moribundo que en una boda.
En toda la noche no cerró Loppi los ojos, pensando en el amanecer, y en los puños alzados de Masicas, que le parecieron un ganso cada uno. Y a paso de moribundo se fue arrimando al charco a los claros del día. Y las voces que daba parecían hilos, por lo tristes, por lo delgadas: /P «Camaroncito duro, Sácame del apuro.» P/ ¿Qué quiere el leñador? Para mí, nada: ¿qué he de querer yo?
Todo el plácido sosiego que respiran las mejores poesías de Meléndez se respiraba en aquel lugar y en aquella hora siempre augusta. Las rotas nubes y los cristales del río tomaban maravillosas tintas al reflejar los rayos horizontales del moribundo astro-rey.
¡Soy yo, hermano mío!¡soy yo! dijo Montiño, estrechando las manos al arcipreste. ¡Allí! ¡allí! dijo el moribundo, extendiendo el brazo hacia el fondo de la alcoba de una manera vaga y penosa. Sí, sí; no te fatigues, hermano mío: allí está el cofre que encierra la fortuna de Juan. Sí dijo el moribundo.
Pep había tenido que ir a las manos con su hijo, rabioso y maligno como un mono, el cual, al ver al moribundo, extrajo de su faja un gran cuchillo, pretendiendo rematarlo. ¿De dónde habría sacado Pepet aquella arma? ¡El demonio son los muchachos! ¡Famoso juguete para un seminarista!...
El viejo Gobernador Bellingham saldría con severo rostro llevando sus cuellos de lechuguilla al revés; y la Señora Hibbins, su hermana, vendría con algunos ramitos de la selva prendidos á su traje, y con rostro más avinagrado que nunca, como que apenas había podido dormir un minuto después de su paseo nocturno; y el buen padre Wilson se presentaría también, después de haber pasado la mitad de la noche junto á la cabecera de un moribundo, sin que le hubiera agradado mucho que le turbaran el sueño tan temprano.
Hombre, no me río del moribundo... me río de la gracia. Profundísima lección debía llamarla usted. Se muere de hambre, es un hecho; le dan una hostia consagrada, que yo respeto, que yo venero, pero no le dan un panecillo. Así habló un maestro de escuela perseguido por su liberalismo... y por el hambre.
Palabra del Dia
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