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Actualizado: 19 de junio de 2025
Entróse en seguida en el despacho mismo del fondista y escribió rápidamente al superior de Loyola, pidiéndole que enviase un padre a toda prisa para auxiliar a un moribundo, cuyo nombre y condición le manifestaba en la carta. Un propio a caballo partió a galope a llevar esta, y una hora después estaba ya entregada.
Rezad el credo dijo el cura tomando entre sus manos las del moribundo y acercándose a su oído para hacer llegar a su inteligencia algunas palabras de fe, esperanza y caridad, en medio del entorpecimiento creciente de sus sentidos. La tía María y el hermano Gabriel se postraron.
¡Pero señor! dijo Montiño deteniéndose de nuevo ¿de quién es hijo este muchacho? Y siguió leyendo: «Figúrate, Francisco, que eres sacerdote, y que cuando lees esta carta, estás escuchando en confesión á un moribundo; porque yo voy á traspasar á ti, y con autorización suya, la confesión que me hizo nuestro hermano Jerónimo hace veinticuatro años.»
¡Me muero, María!... ¡Me muero!... Te saliste con la tuya... No es en el hospital, pero es de caridad... En la fonda. ¿Y qué importa?... Más cerca del cielo está la cama de un hospital que la de un palacio. Diógenes calló sollozando, y la marquesa fue a dar otro paso adelante; mas el moribundo, sin dejar de sollozar, preguntó entonces: ¿Y Monina? Abajo está... ¿Quieres verla?...
Daban empellones para hacer mayor el círculo en torno del caído; pero inmediatamente se volvían hacia éste, ordenando socorros inútiles, y otra vez se estrechaba el espacio, llegando los pies de los más avanzados junto á la boca aulladora del moribundo. Una jovencita había trotado espontáneamente hasta el bar de la entrada del Casino, volviendo con un vaso de agua. ¡Antonio!... ¡Antonio!
Pero en este caso, salvo que estuviera dirigido a nosotros, sería abierto por las personas que el moribundo había designado con el calificativo de «los pillos de los abogados,» y, según todas las probabilidades, ellos sabrían sacarle para sí todo el provecho posible.
La denuncia resultaba asaz verosímil. ¿Qué hacer? Había un medio de saberlo: preguntárselo derechamente a don Íñigo. Pero su viejo amigo estaba concluyendo. No importa se dijo, y, aquella misma tarde, se dirigió a la casa del moribundo. El anciano estaba rígido en el lecho.
Pues oye también el último ¡ay! del moribundo, que va a la eternidad, mientras que el doctor corre a embromar a otro con su disfraz de sabio... Ven a ese otro barrio. ¿Qué es eso? Un duelo. ¿Ves esas caras tan compungidas? Sí. Míralas con este anteojo. ¡Cielos! La alegría rebosa dentro, y cuenta los días que el decoro le podrá impedir salir al exterior.
A despecho de Océanos y desiertos, de hambre y peste, de espías y leyes penales, de calabozos y torturas y de los más espantosos suplicios, los jesuítas penetraban, bajo cualquier disfraz, en todos los países; como maestros, como médicos y como siervos; arguyendo, instruyendo, consolando, cautivando los corazones de la juventud, animando el valor de los tímidos, presentando el Crucifijo ante los ojos del moribundo.
Sorprendido el viejo, apresuróse a dar a la marquesa aquella nueva que tanto había de interesarla, y esta, profundamente conmovida, quiso al punto ver al moribundo; reflexionando, sin embargo, un momento, y deseosa de ir sobre seguro, hizo llamar al fondista para conocer antes, en todos sus detalles, aquella triste aventura, cuyo fúnebre desenlace estaba ya a la vista.
Palabra del Dia
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