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De vez en cuando la bondad de Flimnap me ha protegido. En los últimos días mi situación era angustiosa. El temible Consejo había averiguado por sus espías que yo estaba de vuelta en Mildendo, ó sea lo que llaman las triunfadoras Ciudad-Paraíso de las Mujeres. Varias veces estuve á punto de caer en manos de sus agentes.

Estuvo la señora de morros toda la noche, y Fortunata de más morros todavía, sintiendo que se apoderaba de su alma la aversión a toda aquella familia. No les podía ver. Eran sus carceleros, sus enemigos, sus espías. A cualquier parte de la casa que fuese, seguíala doña Lupe. Se sentía vigilada, y el rechinar de las zapatillas de su tía le causaba violentísima ira.

Al salir el sol me hice á la vela con NO bonancible, y á las nueve y media varé sobre el bajo grande, frente á los arroyos. A las tres de la tarde con dos espias salí á la canal, y fondo en 7 brazas, por estar calma, y ser la corriente contraria.

Los espías también podían ser obsequiosos con sus suegras... Sin darse cuenta, Krilov, automáticamente, volvió a la casa donde había entrado la estudianta, y ni aun lo advirtió. Sólo sabía que era tarde, que estaba rendido y que tenía ganas de llorar, como un colegial castigado. Luego alzó los ojos, miró la casa y la reconoció. «¡, es la maldita casa! ¡Qué aspecto más desagradable

Se colocaron espías en la calle de Altavilla y en las inmediaciones de casa de Granate a fin de que no se escaparan; sobornose a los criados; se trazaron por las cabezas más fecundas de la ciudad mil planes ingeniosos para vejar a los novios.

Escribióme el duque, mi señor, el otro día, dándome aviso que habían entrado en esta ínsula ciertas espías para matarme, y hasta agora yo no he descubierto otra que un cierto doctor que está en este lugar asalariado para matar a cuantos gobernadores aquí vinieren: llámase el doctor Pedro Recio, y es natural de Tirteafuera: ¡porque vea vuesa merced qué nombre para no temer que he de morir a sus manos!

Tenía varios espías, verdaderos esbirros de sotana. El más activo, perspicaz y disimulado, era el segundo organista de la Catedral, que ya había sido delator en el seminario. Entonces iba al paraíso del teatro a sorprender a los aprendices de cura aficionados a Talía o quien fuese. Era un presbítero joven, chato, favorito de la madre del Provisor doña Paula. Se apellidaba Campillo.

Y álcense estos manteles, y denme a de comer, que yo me avendré con cuantas espías y matadores y encantadores vinieren sobre y sobre mi ínsula. En esto entró un paje, y dijo: -Aquí está un labrador negociante que quiere hablar a Vuestra Señoría en un negocio, según él dice, de mucha importancia.

¿Por qué os tratáis con gente tan habladora? dijo ; pero nada importa que yo lo haya oído, porque ya sabía yo que conspirábais: ignoraba, en verdad, que tuviéseis vuestros espías tan cerca del rey. Y es un buen hombre ese Alonso del Camino. Me habéis dicho contestó el padre Aliaga, como si nada le hubiese hablado el bufón que si voy á palacio me mostraríais á esa Dorotea.

Alistáronse, pues, en pocas horas ciento y treinta soldados bien pertrechados de armas y municiones y lo principal de valor, y porque el tiempo no daba mucho lugar, marcharon á largas jornadas hacia el pueblo de San Francisco Xavier, donde recogiendo cerca de trescientos indios muy diestros en jugar el arco y flecha, fueron en busca de los enemigos á las tierras de los Penoquís creyendo que allí los hallarían acuartelados, cuando por medio de los espías supieron que habían entrado en el pueblo de San Francisco Xavier, que ellos habían desamparado y abandonado poco antes, en donde como los Mamalucos no hubiesen hallado nada que robar se disponían para ir á sorprender la ciudad de Santa Cruz.