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Actualizado: 16 de junio de 2025
Me vanaglorio de esta acción más que de la que usted acaba de presenciar. ¿Y la ama usted? Sí, señora. Es una lástima. La estudianta es indigna de usted. Yo se la regalo. Puede usted divertirse con ella... Será como su madre... le han dado una educación lamentable, y criada entre gente humildísima, tuvo tiempo de aprender toda clase de malicias. Oí tales palabras con indignación, pero callé.
Los espías también podían ser obsequiosos con sus suegras... Sin darse cuenta, Krilov, automáticamente, volvió a la casa donde había entrado la estudianta, y ni aun lo advirtió. Sólo sabía que era tarde, que estaba rendido y que tenía ganas de llorar, como un colegial castigado. Luego alzó los ojos, miró la casa y la reconoció. «¡Sí, es la maldita casa! ¡Qué aspecto más desagradable!»
Volvió sobre sus pasos, llegó a la casa y, tras una corta vacilación, abrió con trabajo la puerta. Entró, con gesto decidido y severo. En el umbral de su habitáculo apareció el portero, sonriendo cortésmente. Escuche usted, amigo mío... Una joven estudianta acaba de entrar. ¿En qué piso vive? ¿Por qué le interesa a usted?
La estudianta es Inés, hija como usted sabe... dejémonos de misterios... hija de la buena pieza de mi parienta la condesa y de un estudiantillo llamado D. Luis. He querido sacar algún partido de esa infeliz; pero no es posible. Su liviana condición la hace incapaz de toda enmienda. Vale bien poco. ¿Es cierto que la sacó usted de casa? Sí, señora. La saqué para llevarla al lado de su madre.
La estudianta no le miraba ya, y, no obstante, su juvenil rostro, el lóbulo rosa de su oreja, que se veía bajo un bucle de sus cabellos ondulados; su cuerpo, un poco inclinado hacia delante; su pecho, que bajaba y subía anhelosamente, todo expresaba una angustia terrible y un deseo loco de huir. En aquel momento soñaba quizá con tener alas.
Confuso, evitando algunos detalles, Krilov refirió a su mujer su aventura con la joven estudianta, y manifestó sus temores de que la muchacha pudiera encontrárselo por casualidad. ¿No es más que eso, pues? gritó Macha tranquilizada . ¡Y yo que me había figurado cosas terribles! No hay por qué atormentarse; no tienes más que afeitarte la barba y quitarte las gafas para que no te reconozca.
Usted prosiguió se presenta desde este instante a mis ojos rodeado de una aureola. Usted ha respondido a mis ideas como responde el brazo al pensamiento. Maldita aureola exclamé para mí maldito brazo y maldito pensamiento. Le premiaré a usted del modo siguiente. Ya sé que usted ama a la estudianta... me lo ha dicho la de Leiva. ¿Quién es la estudianta, señora?
La tierra le acogió indiferente, sin preguntarle si le gustaban o no le gustaban las negras, y mezcló sus huesos con los de otros muertos. Pero en los círculos burocráticos se habló todavía mucho tiempo de aquel hombre original, a quien volvían loco las negras y que encontraba en ellas algo exótico. Una estudianta. Muy joven, casi una niña.
Y este matrimonio de estudianta apenas emancipada de la vida escolar daba motivo para que todas las otras soñasen despiertas, á la hora del té, describiendo cada una de ellas la posición social y el aspecto físico del futuro esposo que aún se mantenía oculto en el misterio del porvenir. Yo quiero casarme con un millonario que me pague los mayores lujos.
Palabra del Dia
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