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LAFRIPE. ¡Es usted muy atenta, señorita...! Acepto su ofrecimiento; le dirá usted que estuve a ver a una vieja parienta enferma y que me retrasé por eso. El no creerá una sola palabra; pero, por tratarse de usted, aparentará creerla... LORENZA. ¿Piensa usted que tengo tanto crédito para con él...? LAFRIPE. ¡Claro...! Usted es su discípula predilecta. LAFRIPE. En serio.

M. de Orsay, también pariente nuestro, contrajo matrimonio con una princesa alemana, parienta del rey de Prusia: un hijo de este matrimonio se ha casado con una princesa italiana. Durante estas conversaciones sostenidas junto al hogar, recuerdo las personas con quienes he vivido durante mi infancia, y de las cuales quedan muy pocas, después de la terrible sacudida revolucionaria.

Un telegrama de Londres para el Journal de Genève precisó, al día siguiente, que la enfermedad databa de un mes, y que el ataque apoplético, según la declaración de la prima de sor Ana, su única parienta, la había sobrevenido al leer una noticia funesta.

Para él, mi dicha consiste en no rehusarme nada, en satisfacer todos mis caprichos y en prevenir mis menores deseos... Nada más, y es poco... ¡Cómo! ¿Ni una parienta? , parientes... pobres. Sabe usted, capitán, que es uno de los inconvenientes de la riqueza el ver siempre el gusano roedor que ataca a los más hermosos frutos. ¡Es tan raro el encontrar un cariño desinteresado!

Con estas pláticas, y desconciertos llegamos a Torrejón, donde se quedó, que venía a ver una parienta suya. Yo pasé adelante, pereciéndome de risa de los arbitrios en que ocupaba el tiempo, cuando, Dios y en hora buena, desde lejos vi una mula suelta y un hombre junto a ella a pie que, mirando un libro, hacía unas rayas que medía con un compás.

Usted tiene un hermano que está en relaciones amorosas, honradas, por supuesto, con una señorita, casi parienta mía, que se llama María Paz de Ágreda... No lo sabía... o, mejor dicho, ignoraba quién era ella. Yo, en cambio, mucho más. El padre de esa señorita es un caballero bastante rico, que, por cierto, no ha educado a la niña como debiera; pero esto no hace al caso.

Una vez, en la feria, se encontraron en una platería improvisada, y la oyó hablar de diamantes, perlas y rubíes..... ¡Qué voz! ¡Cuán diferente de todas las humanas! Ni ¿de qué otra cosa podría hablar más que de joyas aquella inmortal princesa? Finalmente: una noche volvía la joven de casa de una parienta enferma, con uno de sus insolentes hermanos.

Los rumores se forman así, hablando y oyendo todo el mundo simultáneamente. Pero, hijita, no hay forma de saber nada. Ya sabes que yo no soy politiquera la mujer en su casita ; pero, claro, he tratado de explorar, de averiguar algo por medio de una amiga que es muy amiga de una parienta del doctor Crotto. Nada, hijita, no he podido saber nada, porque el doctor Crotto tampoco sabe nada.

Cuando aconteció esta desgracia, no quiso por nada de este mundo separarse de la familia, bien que su ama la había legado haber de sobra para vivir independiente. Tal como yo la recuerdo era ya muy vieja. Vivía en casa de otra de mis tías, hermana de mi madre, más como una parienta querida que en calidad de criada.

Currita no estaba delante, y Villamelón se apresuró a aprobar la idea. Quería él, ante todo, que su hijo fuese cristiano. Y no crea usted, padre rector, esto me viene de casta. Mi mujer es parienta de san Francisco de Borja y yo lo soy de santa Teresa, y por los Benedetti, de san Francisco de Caracciolo... ¡Ah!