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LAFRIPE. ¡Es usted muy atenta, señorita...! Acepto su ofrecimiento; le dirá usted que estuve a ver a una vieja parienta enferma y que me retrasé por eso. El no creerá una sola palabra; pero, por tratarse de usted, aparentará creerla... LORENZA. ¿Piensa usted que tengo tanto crédito para con él...? LAFRIPE. ¡Claro...! Usted es su discípula predilecta. LAFRIPE. En serio.

Después de la comida, Fernando se sentó en el paseo lejos de la música, que empezaba su concierto nocturno. Estaba triste, y su tristeza era de engaño y arrepentimiento. Aquella pobre mujer había dicho la verdad: las ilusiones de él iban a morir de un golpe con la satisfacción del deseo. Mejor hubiese sido creerla.

Ahora que era un viejo, le daba por presumir.... ¿Tenía, acaso, novia? Pues hijo, debía creerla a ella, que, aunque joven, tenía experiencia. Eso de los noviazgos sólo servía para disgustos y lloros. Bastante requemada la tenían a ella los amores.

Pero mi padre, que deja estar en su destierro á su sobrino, mi señor esposo, por no disgustar á su servicialísimo don Rodrigo, sería capaz de desairar á su hija y de no creerla, porque su muy querido don Rodrigo no se disgustase.

¿Cómo no ve usted que no pido más que creerla, que tengo sed de su inocencia y de verla justificada ante todo el mundo como lo está de antemano para ? Pero, por Dios, Luciana, sea usted franca. Su cara se contrajo con una expresión de sufrimiento; y después levantó la cabeza y dijo con resolución.

Había querido con el alma a su pobre hermano, le quería aún; si había muerto fue por no creerla a ella, a ella que no había tenido valor para ser esquiva y fría con un hombre tan enamorado. Pero el valentón la escuchaba acentuando cada vez más su sonrisa, que era ya una mueca. ¡Calla, filla de la Bruixa! Ella y su madre habían muerto al pobre Pepet.

La emoción perturbaba sus sentidos, pero vivían aún en su memoria las últimas palabras de Freya al salir de la cárcel. Yo no soy alemana había dicho repetidas veces á los hombres con uniforme . ¡No soy alemana! Para ella, lo menos importante era morir. Únicamente le preocupaba que pudiesen creerla de dicha nacionalidad.

Viene el día en estos coloquios, y aparece el marqués, que observa á los de la ronda y quiere perseguirlos, pero al fin retarda su venganza hasta la noche inmediata, por creerla más segura. La jornada tercera es como un intermedio y parodia de la acción principal, y representa los amoríos y querellas de los criados de ambos sexos, semejantes á los de sus amos.

Ni siquiera sabía dónde estaba aquella mujer. El marqués no se había interesado gran cosa por el viaje de su sobrina. ¡Muchacha más loca! Tampoco le había avisado a él al marcharse, pero no por esto iba a creerla perdida en el mundo. Ya daría señales de existencia desde algún país «raro», adonde habría ido empujada por sus caprichos. Gallardo no ocultaba su desesperación en la propia casa.

Casada con un truhán, con un libertino, pero joven y con el prestigio propio de un hombre, yo la habría comprendido; pero venderse a un viejo valetudinario, a un hombre sin talento, sin espíritu, sin fuerzas... ¡cómo justificarla! ¡cómo creerla digna de ser sentida y amada!