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La marquesa acogió esta vaga aceptación con un regocijo infantil. ¡Qué felicidad! Me visitará usted todos los días, me acompañará en mis paseos á caballo, y ya no me veré seguida por esos suspirantes pegajosos que me molestan continuamente. Mostróse sorprendido Ricardo por la alegría de la Torrebianca.

Todo lo había dejado en la ruleta, absolutamente todo. En el hotel había pedido que anotasen su almuerzo, entregando sus últimos francos á los camareros como propina. Alicia acogió su preocupación con grandes risas. ¡Un Lubimoff no teniendo con qué pagar á un cochero de punto!... Unicamente en Monte-Carlo podían verse estas cosas. Yo pagaré, pobrecito mío.

Fortunata no gustaba de este tópico; pero no tenía más remedio que aceptarlo. Una noche lo acogió con verdadero entusiasmo, porque llevaba a él una felicísima idea que aquel día había tenido. «Mira dijo a su esposo ; si Dios no quiere darnos una criatura, él se sabrá por qué lo hace. Pero podemos adoptar uno, buscar un huerfanito y traérnosle a casa.

Y recordaba, cómo por segunda vez sintió el instinto homicida al ver la sonrisa burlona con que acogió ella el recuerdo del pequeñuelo. ¡Ah, la cruel! ¡Con qué sencillez le había arrebatado la última ilusión, diciéndole que no era hijo suyo, comparando su belleza delicada con la de aquel tunante que llenaba su pensamiento! ¡Qué tirón tan doloroso en su alma!... Esta vez, Judith, á pesar de su insolencia, había sentido miedo ante el gesto desesperado de su viejo.

Y sin embargo, por una contradicción de su carácter, sentía a la vez gran miedo pensando en lo que podría decir cuando llegase a Buenos Aires. Aún estaban a tiempo. Ella imploraba la conformidad de Fernando poniendo unos ojos suplicantes. Pero Ojeda acogió tales proposiciones con una sonrisa de conmiseración. Era una loca: inútil todo esfuerzo para disuadirla.

Nunca había tenido tan presentes los días en que Maldonado visitaba la casa. Castro acogió esta prueba de interés con indiferencia. Pensé que no hacía tantos días.... ¡Cómo se pasa el tiempo! añadió profundamente. ¡Claro! A usted se le pasa volando, lejos de nosotros. El joven sonrió bondadosamente y pidió permiso para encender un cigarro.

No me pareció bien el viaje que llevaban, y así, determiné soltarme, como lo hice, y saliéndome de Granada di en una huerta de un morisco, que me acogió de buena voluntad, y yo quedé con mejor, pareciéndome que no me querría para más de para guardarle la huerta, oficio, a mi cuenta, de menos trabajo que el de guardar ganado; y como no había allí altercar sobre tanto más cuanto al salario, fué cosa fácil hallar el morisco criado a quien mandar y yo amo a quien servir.

Neris, por su parte, acogió a la joven americana con una amabilidad meritoria dados los proyectos matrimoniales de su sobrino, y estaba hablando amistosamente con ella de los recuerdos comunes traídos de la Ciudad Eterna cuando este último fue a interrumpirlos dando la señal de la marcha.

Quedó en el timón el tío Chispas, un tiburón desdentado, que acogió con gruñidos de impaciencia las últimas indicaciones del patrón, y junto a él su protegido Juanillo, un novato que hacía en el San Rafael su primer viaje, y le estaba muy agradecido al viejo, pues gracias a él había entrado en la tripulación, matando así su hambre, que no era poca.

Poco después que cantara el gallo por vez primera, se personó el cura de Riofrío en el cuarto de su sobrino, voceando ya como si fuesen las doce del día. Abrió la ventana con estrépito, y los rayos fríos, pero hermosos, del sol matinal dieron en el rostro de nuestro joven, que los acogió con una mueca nada estética. Vamos, gran dormilón, arriba: ¡arriba, hombre, arriba!