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Actualizado: 18 de junio de 2025


Nuestra felicidad, aunque sea merecida, parece que les humilla y apenas nacida se disponen á acabar con ella. Perdonad, señores míos... En este momento no puedo sentirme alegre porque temo, en verdad, la envidia de los dioses. Una carcajada estrepitosa acogió tan severas palabras. ¡Imposible, imposible encontrar en el mundo un hombre más chistoso que el dorio!

La suerte les deparó un guarda-agujas, que vivía en una caseta próxima al lugar del siniestro, hombre reposado y pío que, demostrando tener en poco a las víctimas del atentado, las acogió como buen cristiano en su vivienda humilde, compadecido de su desgracia.

Aquella incredulidad burlona con que siempre acogió cuanto no podía aclarar razonándolo, se acentuó y se hizo más amarga; su gracia para zaherir cobró acritud, sus chistes tomaron tono de quejas dichas en broma; pero la propensión cómica quedó dominando siempre en sus labios, pronta a ridiculizar cuanto sus ideas y aficiones le señalaban digno de vituperio.

Hasta Sánchez Morueta, que permanecía con la cabeza baja, como molestado por una polémica cuya intención adivinaba, levantó los ojos fijándolos con cierta extrañeza en el abogado. Aquel muchacho no se expresaba mal. Ya no le creía tan necio, y pensaba si su mujer tendría razón al elogiar sus cualidades. Aresti acogió la sarcástica descripción de aquella sociedad sin Dios, con rostro impasible.

Servía para que perdiesen toda vergüenza. En unas cuantas horas quedaban demolidos los prejuicios de su vida anterior. Para seguir jugando ofrecían espontáneamente lo que nunca habían querido conceder. Lubimoff acogió con extrañeza esta demanda brusca. Llevaba encima muy poco dinero: él no era jugador. ¿Cuanto necesitaba?... Veinte mil francos.

Febrer acogió sonriendo estas palabras del muchacho. ¿Adonde había ido a refugiarse la poesía?... Luego le preguntó si trabajaba, y el atlot contestó negativamente. No querían sus padres: un médico de la ciudad le había visto un día de mercado, aconsejando a su familia que le evitase toda fatiga.

En el coro había, junto al facistol grande, otro pequeño, pero suficientemente pesado para que no lo levantase con facilidad un solo hombre. Gracián lo cogió con formidable y rápido movimiento. Parecía que arrancaba un árbol del suelo, y al levantarlo asemejose a San Cristóbal apoyado en su palma. Estrépito de carcajadas acogió este movimiento.

Acogió con una risa infantil la ovación burlesca del público y fue a sentarse en la escalerilla de la piscina como en lo alto de una cátedra. «El deber es el deber parecía decir con las frías miradas en torno suyo . La disciplina es la base de la sociedad; y hay que amoldarse a lo que pidan los más

Vió sentada en el umbral de su puerta á Sebastiana, que parecía aguardarle, á juzgar por el gesto de satisfacción con que le acogió.

Por lo pronto, sólo pensó en el placer que aquello podría traerle, y no formó proyecto alguno de armar escándalo y camorra. Llegó a la Tejuca a caballo, con tres o cuatro de los que eran más amigos suyos, y se hizo presentar a Arturito del modo más correcto. Arturito le acogió con la debida cortesía. No pasó por las mientes de nadie que pudiera sobrevenir un lance entre ambos.

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