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Actualizado: 18 de junio de 2025
El joven doctor no tenía otra familia que la de su primo y se instaló en su casa. Cristina, que había tenido una hija y por los cuidados de la maternidad salía poco de casa, acogió bien al doctor. La acompañaba tardes enteras hablándola de París, la famosa ciudad del pecado, contra la cual se exaltaban los predicadores y que ella solo había entrevisto en un rápido viaje de bodas.
Andar bajo palio, hablar desde el púlpito y dar la mano a besar, le parecían mayores signos de prestigio que ir a caballo con música delante, espada en mano y batallones detrás; así que, cuando su padrino le dijo que estudiara para cura, su infantil imaginación acogió la noticia con una emoción muy semejante a la alegría. ¿Qué otra carrera había de darle un hombre entregado a servir medio de guía, medio de agente a los intereses y la parcialidad del clero?
En otros momentos de apuro, Isidro, por no molestar con tanta frecuencia al señor Manolo, se acordaba de su tío el Ingeniero, buscándolo en el café de San Millán. Le veía rodeado de ciertos amigos tan viejos como él, alegres camaradas que formaban el catálogo de cuantas muchachas bonitas existen en los barrios bajos. El Ingeniero no acogió mal la primera petición de su sobrino.
¿Y los hombres se resignarán eternamente á su decadencia? ¿No temen ustedes que algún día surja entre ellos otro Eulame que los lleve á la reconquista de su antigua superioridad?... Le parecieron tan disparatadas estas preguntas al profesor, que las acogió con grandes risas.
¿La envía su patrón?... ¿Trae alguna carta de él? Sebastiana acogió estas preguntas con una extrañeza que hizo dilatarse sus ojos oblicuos. ¿Qué patrón?... ¿El marqués?... No sé nada de él. Yo creía que estaba aquí. Vengo por otra cosa.
Los trabajadores europeos le miraron con curiosidad, repitiendo su nombre, y las mestizas fueron hacia él, sonriendo como esclavas. Manos Duras acogió este recibimiento con cierta altivez. Una de las mujeres se apresuró á ofrecerle un asiento de honor, y trajo otro cráneo de caballo. Se acomodó el terrible gaucho en él, teniendo en torno á los demás parroquianos sentados en el suelo.
Acogió el ingeniero con una paciencia algo irónica esta consulta; pero apenas la mestiza empezó á hablar, su rostro se transformó, prestando una atención reconcentrada á todas sus palabras.
El dinero que él lograba aportar desaparecía como un arroyo en un arenal. Pero «la bella Elena» encontraba lógica y correcta esta manera de vivir, como si fuese la de todas las personas de su amistad. Acogió Torrebianca alegremente el encuentro de un sobre con sello de Italia entre las cartas de los acreedores y las invitaciones para fiestas. Es de mamá dijo en voz baja.
Ahora que todas aquellas falsas esperanzas se habían desvanecido, y que la primera certidumbre había pasado, la idea de un ladrón comenzó a presentarse a su espíritu. La acogió rápidamente, puesto que era posible atrapar al ladrón y hacerle devolver el dinero. Aquel pensamiento le dio nuevas fuerzas. Se precipitó de su telar a la puerta.
Hombre, creo que no; pero nada puede asegurarse. A lo mejor... una casualidad... Un largo silencio acogió estas palabras poco tranquilizadoras. El Mosco seguía hablando para distraer a sus acompañantes de la fatiga de la marcha. Describía la grandeza de El Pardo: nadie lo conocía tan bien como él. En algunos sitios no podrían encontrarle todos los guardas juntos, de a pie y a caballo.
Palabra del Dia
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