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Esta noche me había dado cuenta de que no podía prolongar más tiempo aquella situación. Huberto exigía una respuesta definitiva; este incidente no ha hecho, pues, más que adelantarla un poco. Ciertamente, me habría gustado que las cosas hubieran pasado de otra manera; ese brusco consentimiento, lanzado como desafío a la pobre Alicia, nuestra actitud confusa, todo aquello fue torpe, si no grotesco.

¡Cómo, todavía de flirt! exclamó Alicia, acercándose; ¡es demasiado! Diga, Martholl, espero que esto no le habrá hecho olvidar su promesa de acompañarme en bicicleta hasta la granja Dutot, donde encontraremos a los d'Ornay y sus amigos. ¿Vendrán ustedes, con nosotros? añadió sin entusiasmo, dirigiéndose a las dos primas.

Diana lanzó una ruidosa carcajada; se representaba el chasco de su amiga esperando en vano, en su lindo traje de ciclista, la llegada del caballero que había elegido. ¡Oh! puede usted estar seguro de que Alicia estará furiosa, si le ha esperado; no se lo perdonará nunca.

El príncipe vió á Novoa y á Valeria en el mismo diván, continuando su conversación, pero cada vez más abstraídos, fijos los ojos en los ojos, como si estuviesen en un lugar desierto. Llegó cerca de ellos sin que le viesen, y pudo oir un fragmento de lo que decía la acompañante de Alicia.

No, querida mía se apresuró a decir María Teresa que no quería dar tiempo a Diana de contestar afirmativamente. A la noche nos veremos en el Casino; ¡hasta la vista! divertirse mucho. Y llevándose consigo rápidamente a Diana, dejó al joven en las garras de Alicia que quería absolutamente que la acompañase hasta su casa.

Sintió el mismo deseo que muchas ricas de América: un gran título nobiliario para dar envidia á las amigas y brillar en Europa. Al poco tiempo se separó, señalando al duque una pensión, que es lo que deseaba tal vez el noble marido. No tengo por mujer apetecible á la tal Alicia... Además, ha vivido la vida á su gusto... casi tanto como yo. Su reputación se iguala con la mía.

No, pero compadezco sinceramente a esa pobre persa que tuvo que hablar durante tantas noches sin contar con los mismos motivos de inspiración que yo. Hablando así, llegaron ante el grupo formado por las jóvenes. Estas hacían por disimular en sus labios una sonrisa burlona al ver avanzar a María Teresa con Huberto. ¡Qué suerte! exclamó Alicia con su voz aguda, ¡al fin llega!

Diariamente abría con el juego una ventana á la Fortuna, por si se dignaba acordarse de ella. ¡Quién sabe si alguna tarde plegaría sus alas de oro sobre una mesa del Casino, dejándose acariciar, como un águila domada, por las finas manos de Alicia!...

Mabel d'Ornay se echó a reír: ¡Mi Huberto Martholl! ¡con qué posesivo comprometedor lo califica usted!... ¡Vaya! ¡ya está usted conquistada, mi pobre Alicia! Decididamente, trastorna la cabeza de todas las jóvenes, nuestro amigo.

En la última consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio y pasaron al comedor. Pst... se encogió de hombros desalentado su médico. Es un caso serio... poco hay que hacer... ¡Sólo eso me faltaba! resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.