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Los dos se sorprendieron al verse en la calle donde estaba Villa-Rosa. Después de vagar á la ventura, el instinto había acabado por llevarlos hasta allí. El príncipe, enardecido por el largo paseo de caricias y abandonos, se mostraba apremiante. Déjame entrar murmuró . Nadie me verá... Me marcharé antes que llegue la aurora... Alicia se revolvió, como si despertase.

Después de lo ocurrido, este hombre era para él algo sagrado. Y se abandonó otra vez á su desaliento, mientras Alicia seguía hablando. Mi ensueño se desvaneció. Mi hijo ha vuelto á ser mi hijo y el otro es un hombre. Imposible confundirlos de nuevo en una sola persona.

A pesar de su hermosura le pareció estar hablando con un hombre. Con ambas señoras había venido también Valeria, la joven francesa protegida por Alicia, señorita de compañía en los tiempos de esplendor y que ahora sólo acompañaba su pobreza por gratitud y fidelidad.

Pero Alicia con su habitual modestia, creyendo siempre, cuando hay un joven en nuestra sociedad, que lo seduce con su encanto, se hacía ilusiones y esperaba que se le declarase. Ahora ha comprendido que para que Martholl se fije en su graciosa persona, tiene que trabajar mucho; entonces, antes de su partida, va a jugar fuerte. ¡Cuida tu grano, querida!

El orgullo de Alicia, su ansia de dominación, le habían enfurecido en otro tiempo. Acostumbrado á proteger generosamente á las mujeres, pero sin someterse nunca á su voluntad, á considerarlas á todas como algo agradable é inferior, no podía transigir con este carácter soberbio. Eran los dos igualmente poderosos y triunfadores para llegar á tolerarse. ¡Pero ahora!...

, me perdonará, pues no hemos tenido siquiera un flirt; a su alrededor hay siempre más de un comparsa perfectamente dispuesto a desempeñar el primer papel. Sin embargo, si me guardase rencor, no ocultaré que no sentiría ningún pesar; la señorita Alicia de Blandieres me es completamente indiferente. María Teresa cambió el curso de la conversación. Voy a prevenir a mamá que usted está aquí.

Deseaba olvidar todo esto, y para conseguirlo concentró su atención en las revelaciones que ella le había hecho y en sus dolores de madre. ¡Infeliz Alicia! Al verla empobrecida y llorosa, sin otra ayuda que la que él pudiese concederle, empezó á sentir por esta mujer un afecto duradero.

Era un hijo adulterino que debía desaparecer... Y nadie, aparte de los dos y de la doncella que todavía la acompañaba ahora , se había enterado de este nacimiento. Tuve épocas de felicidad siguió diciendo Alicia . Conocí satisfacciones que no había sospechado... Escapaba de París; muchos me creían viajando con un nuevo amante.

Luego resurgían los ceros, y el producto del «trabajo» se hinchaba, iba subiendo más allá de los treinta mil; pero como si esta cifra resultase fatídica para Alicia, la ganancia volvía á descender al nivel ordinario. Anoche estuve de suerte: llegué á ganar catorce mil francos. Pero la semana pasada fué mala. Total, que estoy siempre en los treinta mil: imposible ir más allá.

Después recordó todos sus razonamientos y sus recriminaciones, asombrándose del poco efecto que causaban en ella. Era indudablemente otra mujer. Alguien la había cambiado; alguien era el culpable de esta absurda situación. Gran parte de aquella noche la pasó reflexionando. No se le ocurría censurar á Alicia. Hasta se arrepintió de sus palabras agresivas. ¡Infeliz!