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Actualizado: 4 de julio de 2025
En el silencio de Villa-Rosa, la otra se había confesado desesperadamente, sin que la enfermera sintiese escándalo ni asombro. ¡Qué representaba esta catástrofe moral de una simple persona, cuando el mundo veía á cada minuto los más inauditos crímenes!...
Dos veces había tenido que esconderse mientras el teniente Martínez, erguido dentro de su uniforme viejo, que le venía muy ancho, galvanizada su flacura de enfermo por un deseo de mostrarse sano y arrogante, entraba en Villa-Rosa, por la puerta abierta de par en par, como si fuese el dueño.
Una tarde, aburrido de sus magníficos jardines, siempre iguales, del silencio de su casa desierta, de las distracciones crecientes del coronel, que constantemente tenía algo que hacer en Monte-Carlo ó en el pabellón del jardinero, se lanzó á pie hasta la ciudad y tuvo un encuentro. Sus pasos le llevaron maquinalmente hacia los bulevares altos, cerca de la calle donde estaba Villa-Rosa.
Luego rió con lástima de cierto demente que tenía su mismo rostro y había querido fundar el grupo de «los enemigos de la mujer». Abominar del amor, querer vivir sin la mujer; ¡pobre príncipe Lubimoff!... Las cuatro. Pasando entre pequeñas huertas, entró en la calle de Alicia. El techo rojo de Villa-Rosa asomaba entre árboles, casi á sus pies. Siguió bajando.
Los dos se sorprendieron al verse en la calle donde estaba Villa-Rosa. Después de vagar á la ventura, el instinto había acabado por llevarlos hasta allí. El príncipe, enardecido por el largo paseo de caricias y abandonos, se mostraba apremiante. Déjame entrar murmuró . Nadie me verá... Me marcharé antes que llegue la aurora... Alicia se revolvió, como si despertase.
Pasa los días en Villa-Rosa; allí almuerza y come, y si la duquesa da algún paseo por la montaña, siempre es con él. ¡Sólo le falta dormir en la casa!... Cuando tarda en presentarse, ella envía inmediatamente un recado al hotel de los oficiales. El profesor se mantuvo silencioso, pero reconoció en su interior la exactitud de lo que contaba Spadoni. Lo mismo le decía Valeria.
Yo gozo de cierta intimidad con personas allegadas á la duquesa de Delille... No necesito decir más: usted sabe que puedo estar enterado de lo que ocurre en Villa-Rosa. Pues bien; después del desafío, yo no sé qué ha pasado, pero Martínez entra en aquella casa con menos frecuencia. Transcurren días enteros sin que se atreva á llamar á su puerta.
Aburrido de tal curiosidad, subió por un doble graderío á la plazoleta solitaria que precede á la iglesia, empleando allí las mismas estratagemas que cuando acechaba en las inmediaciones de Villa-Rosa. Se asomó al interior del templo, punteado de rojo por las luces de unos cuantos cirios.
Eran tantas, que abrumaban su pensamiento. Pero Alicia, como si temiese sus palabras, se le adelantó, hablando á su vez con acento monótono y triste. Venía á este templo algunas tardes porque experimentaba de pronto la necesidad de abandonar Villa-Rosa y sus terribles recuerdos. ¡Ay, la llegada del telegrama!... Ahora soy creyente dijo con sencillez.
La señorita Valeria ha heredado Villa-Rosa y varios centenares de miles de francos: todo lo que ganó ella una noche en el Sporting. En cuanto á Su Alteza... Le interrumpe el príncipe con un ademán.
Palabra del Dia
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