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Actualizado: 26 de junio de 2025


Su único error fue abominar del matrimonio, despreciando los excelentes partidos que sus amigos le proponíamos. Los últimos años vivió en un cortijo llamado las Higueras de Juárez... Lo conozco. Esa finca fue de mi abuelo.

La honestidad, la castidad y hasta la inocencia más columbina, consisten en abominar de lo malo y no en ignorarlo del todo, como si no existiera.

Desde que nuestro siglo asumió personalidad e independencia en la evolución de las ideas, mientras el idealismo alemán rectificaba la utopía igualitaria de la filosofía del siglo XVIII y sublimaba, si bien con viciosa tendencia cesarista, el papel reservado en la historia a la superioridad individual, el positivismo de Comte, desconociendo a la igualdad democrática otro carácter que el de «un disolvente transitorio de las desigualdades antiguas» y negando con igual convicción la eficacia definitiva de la soberanía popular, buscaba en los principios de las clasificaciones naturales el fundamento de la clasificación social que habría de substituir a las jerarquías recientemente destruídas. La crítica de la realidad democrática toma formas severas en la generación de Taine y de Renán. Sabéis que a este delicado y bondadoso ateniense sólo complacía la igualdad de aquel régimen social, siendo, como en Atenas, «una igualdad de semidioses». En cuanto a Taine, es quien ha escrito los Orígenes de la Francia contemporánea; y si, por una parte, su concepción de la sociedad como un organismo, le conduce lógicamente a rechazar toda idea de uniformidad que se oponga al principio de las dependencias y las subordinaciones orgánicas, por otra parte su finísimo instinto de selección intelectual le lleva a abominar de la invasión de las cumbres por la multitud. La gran voz de Carlyle había predicado ya, contra toda niveladora irreverencia, la veneración del heroísmo, entendiendo por tal el culto de cualquier noble superioridad.

Por donde en las historias, más mujeres se encuentran que se mataron desesperadas, que no hombres: sin que por eso nadie las alabe de valientes, o las deje de abominar por furiosas, con que no viene a ser más que una vil cobardía, lo que a la necedad parecía valor, como discurrí largamente en otro escrito Olimpo Máxima 9.

Su curiosidad de mujer excitábase con el perfume del pecado; su severidad le hacía abominar de aquella juventud que se adoraba a espaldas de la religión. Maltrana no sabía qué decir. La tristeza creaba un gran vacío en su pensamiento. Además, le cohibían tantas miradas fijas en él. Era un martirio permanecer ante Feli sin poder cogerla la mano, atemorizado por los ojos hostiles de la monja.

Todos estaban de acuerdo en cuanto a abominar a la república y a los republicanos, pero en el momento en que algunos de los convidados desembolsaba la formita de gobierno que tenía buen cuidado de llevar siempre consigo, no pasaba mucho, no, sin que se cambiaran miradas furibundas y se pusieran las caras a modo de tomates.

Por delante de ellos pasó en rauda y lúgubre visión toda su infancia. Su padre, alto, seco, con su gran nariz encorvada y cortante como el pico de un águila. Jamás le había visto sonreír. Sólo le hablaba para reprenderle o exigirle el cumplimiento de alguna tarea. No tenía más amigos que dos o tres clérigos, con los cuales le oía abominar del liberalismo y la impiedad moderna.

Señor, no tengo palabras con que abominar bastante la conducta de un hombre muy conocido en Madrid; uno que ha tenido la osadía de usar, profanándolo, el nombre de V.M. para disculpar sus horribles maquinaciones.

Eso mismo lo hará abominar de todo el pasado hispano-colonial, sintiendo por él un santo horror, a igual de otros grandes pensadores nuestros: Sarmiento y Alberdi; pasado que ha moldeado ese tipo de individuos y de sociedades, resignados hasta el fatalismo, supersticiosos, fanáticos y perezosos, como una consecuencia del pésimo régimen político, del feudalismo de la tierra unido al detestable régimen económico y, sobre todo, como un producto de la morfina absorbida por siglos de cristianismo que en su afán de cultivar el alma para la otra vida ha descuidado ésta "flaca vida terrenal", formando así sociedades reacias a la higiene, a la cultura y al trabajo, poco aptas para la civilización y el progreso técnico.

Parecía abominar de este traje, á causa de los recuerdos que despertaba en ella. Prefería montar con faldas y olvidaba el lazo, que era antes su mayor diversión. Llevaba esta mañana más de una hora de galope por las tierras de su padre, cuando vió sobre una altura á un jinete, inmóvil y empequeñecido por la distancia, semejante á un soldadito de plomo.

Palabra del Dia

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