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Actualizado: 29 de julio de 2025


Con el correr de los años, John llegó a ser el Regidor John, de un barrio infeliz, y Walter fue Sir Walter Scott, de todo el universoDice Carlyle, con mucho seso, que la legumbre más precoz y completa es la col. A los treinta años no se podía decir de seguro que Scott tuviera genio para la literatura.

Gran civilización, gran pueblo en la acepción que tiene valor para la historia , son aquellos que, al desaparecer materialmente en el tiempo, dejan vibrante para siempre la melodía surgida de su espíritu y hacen persistir en la posteridad su legado imperecedero según dijo Carlyle del alma de sus «héroes» : como una nueva y divina porción de la suma de las cosas.

Desde que nuestro siglo asumió personalidad e independencia en la evolución de las ideas, mientras el idealismo alemán rectificaba la utopía igualitaria de la filosofía del siglo XVIII y sublimaba, si bien con viciosa tendencia cesarista, el papel reservado en la historia a la superioridad individual, el positivismo de Comte, desconociendo a la igualdad democrática otro carácter que el de «un disolvente transitorio de las desigualdades antiguas» y negando con igual convicción la eficacia definitiva de la soberanía popular, buscaba en los principios de las clasificaciones naturales el fundamento de la clasificación social que habría de substituir a las jerarquías recientemente destruídas. La crítica de la realidad democrática toma formas severas en la generación de Taine y de Renán. Sabéis que a este delicado y bondadoso ateniense sólo complacía la igualdad de aquel régimen social, siendo, como en Atenas, «una igualdad de semidioses». En cuanto a Taine, es quien ha escrito los Orígenes de la Francia contemporánea; y si, por una parte, su concepción de la sociedad como un organismo, le conduce lógicamente a rechazar toda idea de uniformidad que se oponga al principio de las dependencias y las subordinaciones orgánicas, por otra parte su finísimo instinto de selección intelectual le lleva a abominar de la invasión de las cumbres por la multitud. La gran voz de Carlyle había predicado ya, contra toda niveladora irreverencia, la veneración del heroísmo, entendiendo por tal el culto de cualquier noble superioridad.

Y la familiaridad con las ciencias y subsecuente visión por miríadas de imágenes se obtiene profesando, por vocación y con fe, en una casa de huéspedes. «La verdadera universidad de nuestros días asentó Carlyle es una bibliotecaSi Carlyle hubiera sido español, habría dicho casa de huéspedes, que no biblioteca.

Meyerbeer era a los nueve pianista excelente, y a los dieciocho puso en el teatro de Munich su primera pieza La Hija de Jephté; pero hasta los treinta y siete no ganó fama con su Roberto el Diablo. El inglés Carlyle habla en su Vida del Poeta Schiller de un Daniel Schubart, que era poeta, músico y predicador, y a derechas no era nada.

«Todas las bibliotecas públicas debieran cerrarse.» «La mayor estupidez que he leído es esta frase de Carlyle: La mejor universidad de estos tiempos es una biblioteca. Yo replico: la mejor universidad sería un cuartel. Quiero decir: una cultura socializada e impuesta al modo de la disciplina militar. La disciplina militar es abominable porque es inculta.

La oposición entre el régimen de la democracia y la alta vida del espíritu es una realidad fatal cuando aquel régimen significa el desconocimiento de las desigualdades legítimas y la substitución de la fe en el heroísmo en el sentido de Carlyle por una concepción mecánica de gobierno.

Dice Carlyle que en una clase de la escuela de gramática de Edimburgo había dos muchachos: «John, siempre, hecho un brinquillo, correcto y ducal; Walter, siempre desarreglado, borrico y tartamudo.

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