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El positivismo materialista le dejaba algo: la materia era una realidad; sus relaciones también. Además, nunca se había entregado a él, por más que agitara en su mente dudas violentísimas. Pero ahora quedaba solo, sumido en completa oscuridad, lo mismo acerca del universo que nos envuelve, como de su propia existencia y destino.

Si uno quiere desviarse un tanto del anglicismo insípido y de la vulgaridad con pretensiones de positivismo, en fin, de las tontas alegrías tan tristes, que vaya á posarse sobre las rocas de la bahía de Douarnenez, en el promontorio de Penmark; ó, si la brisa sopla con demasiada violencia, que se embarque en las islas bajas del Morbihan: el mar arrastra hacia ellas una tibia onda que ni siquiera se siente.

Era evidentemente sobrenatural y sospechoso. Mas como mi racionalismo me impedía atribuir estos tesoros imprevistos a la generosidad de Dios o del Diablo, ficciones puramente escolásticas; como los fragmentos del positivismo que constituían el fondo de mi filosofía, no me permitían la indignación de «las causas primarias, de los orígenes esenciales», pronto me decidí a aceptar el fenómeno y a utilizarlo con largueza.

Su egoismo es tan calculado como su diplomacia, porque llegado el momento de hacer bien, sabe mostrarse caritativo y consagrado sin ostentacion, Pero como el círculo de su actividad es tan reducido, maneja sus intereses con acierto y permanece en la mas completa inmobilidad de relaciones y hábitos. Adherido al trabajo y la tierra por necesidad, sus operaciones son de un positivismo estrecho.

Debo declarar, sin merecer a mi juicio el reproche de escéptico, que fundo hoy poca importancia en esta cuestión de garantías, tratados que se lleva el viento cuando hincha la vela de los intereses . Y en ese rumbo de positivismo marcha hoy el espíritu humano; los publicistas gritan, pero la Europa se encoge de hombros cuando Wolseley echa mano del Canal de Suez, y en obsequio de una operación militar interrumpe el tránsito, no a la bandera insurreccional de Arabí, sino al comercio universal.

Y entre esta sociedad híbrida e incolora como la Memoria de un ministro, mi amigo don Benito, cuya acrisolada y noble honradez se confunde por el positivismo contemporáneo con el sueño de un iluso, solía de repente estallar con noble sarcasmo, sintiendo probablemente cuán estériles han sido las desgracias del pasado y cuán injustamente ha repartido el destino sus favores en el presente.

Todos los hombres ilustres que han concurrido y concurren a la obra colosal de nuestra Redención verdadera, sustentando y propagando los dogmas imperecederos del positivismo materialista, que es nuestra religión y nuestra fe; las mismas que venimos a predicar entre vosotros, porque os amamos y queremos vuestro bien...» ¿Eh? ¿Qué tal, padre?

«¡Esta es la moral positiva! decía el Marquesito muy serio cuando alguien le oponía cualquier argumento . , señor, esta es la moral moderna, la científica; y eso que se llama el Positivismo no predica otra cosa; lo inmoral es lo que hace daño positivo a alguien. ¿Qué daño se le hace a un marido que no lo sabe?».

Iba el Magistral por el Boulevard adelante, saludando a diestro y siniestro, asustado con que se le ocurrieran a él estos pensamientos de bucólica religiosa. Precisamente siempre había sido enemigo de las Arcadias eclesiásticas y profesaba una especie de positivismo prosaico respecto de las necesidades temporales de la Iglesia. ¿Estaría enfermo? ¿Se iría a volver loco?

Se ha declamado mucho contra el positivismo de las ciudades, plaga que entre las galas y el esplendor de la cultura, corroe los cimientos morales de la sociedad; pero hay una plaga más terrible, y es el positivismo de las aldeas, que petrifica millones de seres, matando en ellos toda ambición noble y encerrándoles en el círculo de una existencia mecánica, brutal y tenebrosa.