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Actualizado: 28 de septiembre de 2024
Sorege se levantó bruscamente y dijo con acento furioso: ¿Si no son ellos, soy yo? En este instante se abrió la puerta y apareció Julio Harvey, rojo de indignación. ¡Pardiez! sí, es usted, puesto que es preciso decírselo. ¿Hase visto obstinación semejante? Mi hija le ha tratado con demasiada consideración... Yo no hubiera tomado tantas precauciones. Sorege hizo un gesto terrible.
Argüelles, que habló con tanta elocuencia como de costumbre, antojósele a Ostolaza dar al viento el repiqueteo de su voz clueca y becerril, y entre las risas de las tribunas y el alborozo del paraíso, defendió a los uñilargos y pancirrellenos que viven del arca-boba de la Iglesia». Hombre, los trata con demasiada benevolencia. Ellos nos llaman a nosotros <i>herejotes y calabazones</i>.
¿Quién es ese señor? replicó Juana. El señor de Maurescamp...; mira, hijita mía, ésta es demasiada felicidad... Habituada a creer a su madre infalible y viéndola tan feliz, la señorita Juana no tardó en serlo también, y las dos pobres criaturas mezclaron por largo rato sus besos y sus lágrimas.
Me disgusté con la señora que vende en la taquilla por si una moneda era buena ó falsa; discutí también con el que recoge las entradas porque acudió en su defensa.... Dentro, en la sala, la misma mala suerte. Mis vecinos de fila se quejaron, diciendo que había entrado con demasiada violencia. Mala voluntad de su parte, pues á mí no me gusta molestar á nadie.
Tal vez pasé entre la gente con demasiada violencia. El público debió creer que era alguna farsa mía y acudieron los empleados, y muchos espectadores me cerraron el paso. Intenté hablar y no me dejaron. No quisieron oir mis explicaciones; me creían borracha. Acabé por batirme á puñetazos con los que me empujaban hacia la puerta. Llamaron al mismo agente que está ahora aquí.
No afectaba ingenuidad y gracia, y eso que poseía en su interior y en alto grado ambas cualidades. A pesar de su temperamento fogoso, parecía indiferente y frío en el exterior, creyendo, sin duda, que un hombre como él debía avergonzarse de manifestar demasiada sensibilidad.
Es necesario que hagas matar algunos pollos para la comida y que pongas a refrescar el moselle. El primo Roberto ha llegado. ¡Ah! dije con mucha calma. ¿Dónde está? En el gabinete de tu padre conversando con él. ¿Y dónde está Marta? pregunté con una sonrisa. Ella me dirigió una mirada de censura como para reprocharme mi demasiada sagacidad; después dijo: Está con ellos.
De esos resplandores furtivos en el alma impenetrable de mi amada me queda un temor lleno de atractivo y como un deslumbramiento doloroso. Elena al Padre Jalavieux. Septiembre. Otra vez ya, mi buen señor cura. Debe usted de pensar que me doy demasiada importancia y que invado un poco su descanso. Pero ¿es mía toda la culpa? ¿No me anima mucho la bondad de usted?
Cualquiera que sólo hubiese leído estos dramas de Lope, no dudaría en formar de su talento para la composición dramática la idea más favorable, puesto que plan y caracteres se sacrifican con demasiada frecuencia al afán de ofrecer nuevas y sorprendentes situaciones, y á la propensión á lo sobrenatural y monstruoso.
Lo repito, hay aqui una equivocacion en que se ha incurrido con demasiada generalidad, resultando de ella el fatigar inútilmente los espíritus investigadores, y arrojarlos á sistemas extravagantes. Pocos filósofos habrán hecho un esfuerzo mayor que Fichte para llegar á este principio absoluto. ¿Y qué consiguió?
Palabra del Dia
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