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Cuando, despreciando sus antiguos prejuicios, intentaba aproximarse a una mujer, esta mujer replegábase misteriosa y asustada de tal aproximación. Era una obra de loco la suya: la conjunción del gallo y la gaviota soñada por un fraile extravagante y que tanto hacía reír a los payeses.

Esta juventud, impregnada de las ideas civilizadoras de la literatura europea, iba a buscar en los europeos enemigos de Rosas sus antecesores, sus padres, sus modelos; el apoyo contra la América tal como la presentaba Rosas: bárbara como el Asia, despótica y sanguinaria como la Turquía, persiguiendo y despreciando la inteligencia como el mahometismo.

Levanta erguida el gaucho su cabeza, Cual soberbio pendon que el viento besa Desplegado á la luz, Cuya negra melena al aire flota, En la tostada frente á la que azota El ábrego del sud. El gaucho! noble tipo Americano, Que desdeña doblar ante un tirano Su indómita cerviz, Que despreciando halagos femeniles Conserva los alientos juveniles De una raza viril.

Pasaba de una provincia a otra con la facilidad de un buen conocedor del terreno, y los propietarios de Sevilla y Córdoba contribuían por igual a su sostenimiento. Transcurrían semanas enteras sin que se hablase del bandido, y repentinamente se presentaba en un cortijo o hacía su entrada en un pueblo, despreciando el peligro.

La fiebre amarilla reinaba, aunque no con violencia, y debo declarar que se condujo con nosotros de una manera bastante decorosa, pues, despreciando los sanos consejos de la experiencia, no sólo tomamos algunas frutas, sino que pasamos los tres días bebiendo licores y refrescos helados.

Alarcón era uno de esos hombres osados y de espíritu independiente, que, despreciando toda imitación, emprenden sin vacilar nuevas sendas; uno de esos caracteres enérgicos, que imprimen el sello de su originalidad de una manera indeleble en todo lo que hacen.

Pero su gran argumento consistía en presentarse de perfil: ¿Ven ustedes? Nada. Y se apretaba el corsé más y más cada día, sin miedo, despreciando consejos de la prudencia y de la higiene. Se portaba como una pobre doncella para quien dejar de serlo fuera una gran vergüenza, y que quisiera esconder la prueba de su ignominia.

Accionaba la viejecilla de una manera gráfica, expresando tan bien, con el mover de las manos y de los flexibles dedos, cómo la cama del tacaño se contaminaba de sus ruines pensamientos, que Torquemada la oía con verdadero furor, asombrado de tanta ingratitud; pero ella, firme y arisca, continuó despreciando el regalo: «Pos vaya un premio gordo que me caía, Santo Dios... ¡Pa que yo durmiera en eso!

Por un lado iban llegando los que acababan de descender del ferrocarril; por otro, los que habían recogido los tranvías en todos los pueblos de la Costa Azul, desde Niza á Monte-Carlo. Cantaba aquella tarde un tenor italiano célebre, y una parte de la muchedumbre, despreciando el juego por el momento, se aglomeraba en el teatro.

De deplorar es, por consiguiente, que Calderón, despreciando esa rica mies que encontraba ya floreciente, no la haya también cultivado y perfeccionado.