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Educado en los prejuicios de la riqueza rural, creía que una persona decente no podía oponerse a la unión con una hembra fea y arisca, siempre que tuviese fortuna. El suegro y la nuera se entendían perfectamente.

¡Mira, o te estás quieto o te vas! dijo ella con energía . Siéntate ahí. Y le señaló la butaquita próxima al lecho. El banquero se dejó caer en ella, mirando a la joven con sus grandes ojos saltones, que expresaban temor. Eres una gatita cada día más arisca. Abusas de mi cariño, mejor dicho, de mi locura. Poseía, en efecto, uno de los temperamentos más lúbricos que pudiera encontrarse.

Pero ésta, que a pesar de su modestia y discreción, estaba dotada, sin poderlo remediar, de una índole arisca, descontentadiza y desamorada, abrumaba a los príncipes con su desdén, y de ninguno de ellos se le importaba un ardite. Sus discreciones le parecían frialdades, simplezas sus enigmas, arrogancia sus rendimientos y vanidad o codicia de sus riquezas el amor que le mostraban.

Aquí no hay caballero que valga; no hay más que un hombre que te quiere, que tiene derecho... ¡Calla, o me marcho! ¡Me oirás! ¿Conque has tenido valor de engañar a un pobre hombre y ahora quieres sentar plaza de virtud arisca? ¡Es tarde! Aun pareciéndole a Cristeta dura y grosera la frase, se alegró de oírla, porque la energía con que don Juan la dijo denotaba sinceridad.

Tal fué la bomba de dinamita que don Angel Bellido hizo estallar sobre la mansa cabeza de Belarmino y la frente arisca de Xuantipa. Xuantipa, como más inconsciente, se dejó dominar por el espanto. Belarmino, con su intuición repentina de los sentimientos, comprendió lo que debía responder: Mala ocasión sería para embargarnos, ahora que no hay materiales en almacén ni apenas calzado en existencias.

El animal se resistió á dar un paso; pegaba el arriero, coceaba la arisca mula, y la otra, queriendo aprovechar tan buena ocasión de reposar su fatigado cuerpo, que había hecho la jornada de Navalcarnero en seis horas, se hechó al suelo muy sibaríticamente, esperando á que estuviera resuelta la pendencia entre su amo y su compañera.

Es cosa sabida; para hacer andar un caballo remolón, no hay como verterse entre pecho y espalda un jarrito de ginebra... Pues ahí donde usted la ve, D. Andrés, la Amalita no tiene nada de arisca. Ya, ya veo que sabe usted buscarle los pliegues. Celesto rió de satisfacción hasta saltársele las lágrimas. ¡Bah! Ya se los han buscado antes que yo otros muchos.

Bien era oficial de ejército y tenía una cuarta más de alto, nariz aguileña, mucha fuerza muscular y una cabeza... una cabeza que no le dolía nunca; o bien un paisano pudiente y muy galán, que hablaba por los codos sin turbarse nunca, capaz de echarle una flor a la mujer más arisca, y que estaba en sociedad de mujeres como el pez en el agua.

Para estos no acertaba a ser arisca, y el escudo que ponía contra ellos delante de su corazón se derretía como la escarcha cuando se levanta el sol en el Oriente en las mañanas del mes de Mayo. Así disertaba el Vizconde con profundidad filosófica, elevándose a las causas sin determinar los efectos.

Cuando Álvaro, creyendo bastante cargada la mina, suplicó que se le dijera algo, por ejemplo, si se le perdonaba aquella declaración, si se le quería mal, si se había puesto en ridículo... si se burlaba de él, etc., Ana, separándose del roce de aquel brazo que la abrasaba, con un mohín de niña, pero sin asomo de coquetería, arisca, como un animal débil y montaraz herido, se quejó... se quejó con un sonido gutural, hondo, mimoso, de víctima noble, suave.