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Don Juan la miró con ternura, la cogió una mano, oprimiéndosela fuertemente, y en seguida, cual si cediese a la dolorosa impresión que acibaraba su ánimo, dejó caer la cabeza sobre el pecho de Cristeta. A ser otra la ocasión, ésta se hubiera echado hacia atrás con oportuno pudor; pero en aquellos tristes momentos no quiso mostrar esquivez ni parecer arisca.

Otro efecto de su ardiente celo religioso era la aversión que le inspiraban los hombres, en quienes veía otras tantas encarnaciones del espíritu maligno y añagazas del pecado. Su castidad arisca se sublevaba á la menor insinuación, se ofendía de una simple sonrisa.

Maltrana se excusaba, algo contrariado de que por esta vez no le fuese posible alardear de una amistad. Apenas se había fijado en ella: ¡pchs! ¡la mujer de aquel borrachín director de orquesta!... Era algo arisca; huía de la gente; apenas se trataba con las otras damas de la compañía. Vivía para su hijo, un pequeñín de cabeza enorme, siempre agarrado de su mano.

La belleza frágil y mimosa de la hembra conquista y rinde la voluntad arisca del gallo, quien, en un soberbio «Himno al Sol», la descubre su amor.

Había desplegado, en suma, todas sus baterías, mostrándose a la vez cándida y maliciosa, dulce y arisca, reservada y charlatana, grave y retozona como una loquilla, como niña ligera e insustancial, pero adorable. Al fin Núñez, el capitán Núñez, no pudo resistir a tal graciosa mezcla de inocencia y malicia, y se replegó primeramente, y no tardó luego en rendirse.

Ella no se atreve a hablar sinceramente, pero está desconocida: se ha hecho seca y arisca; de cuando en cuando suelta unas frases... que revelan un egoísmo... «Las mujeres feas y muy ricas dice no pueden ser felices en el mundo; a cada paso un desengaño. No se pierden como las bonitas, pero les hacen creer en el amor, y luego... nada. Ya ves, yo por ejemplo añadía ¿qué puedo esperar?

Aunque sintamos ofender la perspicacia de nuestros lectores, la verdad nos obliga a declarar que la damisela del corredor no era la blonda Nieves, sino la blonda Valentina. ¿Cómo? ¿Aquella arisca costurera tan enemiga de los señoritos y que además tenía un novio llamado Cosme? La misma en cuerpo y alma, con sus rizos dorados sobre la frente, su entrecejo saladísimo y nariz un poquito remangada.

No pocas damas desaforadas tenían el descoco de reír y burlar sobre su condición arisca, apellidándole el nuevo Hipólito y tal vez sintiendo el prurito de remedar a Fedra con mejor éxito y ventura.

No he visto nunca una muchacha más arisca. Yo ... no gusto de gente así, porque me gusta que las niñas sean amables y buenas. En esto entraban en el callejón de Puñonrostro. Paróse el cura y tomó una mano á Clara, que se retiró, apartándose de él.

La mujer se manifestó luego cada día más cariñosa, medio agradecida medio amante; él instintivamente apreció sus cuidados, quizá fijándose en el contraste que formaban con la arisca condición de su antigua novia, y sus existencias se unieron, formando el hermoso maridaje de la desgracia y el consuelo bendecido por el amor.