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El satín de aquel cuerpecito de regalo no sentiría asperezas en el roce de aquellas sábanas». Obdulia admiraba sinceramente las formas y el cutis de Ana, y allá en el fondo del corazón, le envidiaba la piel de tigre. En Vetusta no había tigres; la viuda no podía exigir a sus amantes esta prueba de cariño. Ella tenía a los pies de la cama la caza del león, ¡pero estampada en tapiz miserable!

El mismo estilo gótico de estos tiempos se muestra en visible decadencia, comparado con el sistema imponente, augusto, sacerdotal y solemne de la época de S. Luis y S. Fernando, y hasta la gala y riqueza de que aparece sobrecargado es seguro indicio de que el antes sencillo y grave hijo del claustro se ha vuelto jactancioso y presumido en el roce de la corte.

Como en un relámpago, sentí el roce de lo divino, como en uno de esos golpes de sorpresa que ponen en conmoción nuestro sistema nervioso y le levantan un instante, para caer después, más que nunca, en la seca realidad.

Hasta donde el fondo de la inmensa ranura tiene inclinación regular, se diferencia la superficie del ventisquero de la corriente igual del río. El roce del hielo contra los bordes no la riza en ondas semejantes á las de la ola en la ribera, sino que la quiebra y la parte en grietas que se cruzan en un laberinto de abismos.

La situación duró pocos instantes: estaban frente a frente dos adversarios dignos de medir sus fuerzas. El más inteligente cedió, encontrándose descubierto. Oyó el marqués el roce del follaje al bajarse el cañón que amenazaba a Julián, y Primitivo salió del soto, blandiendo su vieja escopeta certera, remendada con cordeles.

Desconfíe usted de las anécdotas jocosas y de los narradores amenos, que esconden entre jazmines el aguijón ponzoñoso... La noto a usted suspensa, turbada, como cuando se ha sentido el roce de un reptil entre los arbustos. ELECTRA. ¡Oh, no! PANTOJA. La inquietud que producen las conversaciones inconvenientes, se calmará con los conceptos míos bienhechores, saludables.

no sabes de lo que soy capaz por hacerte dulce la existencia... ¡Y quieres perderme!... Sonó un choque en la puerta, un roce de cuerpos que se empujaban, una frotación de lucha contra la madera. Tòni había entrado, seguido de Caragòl.

Esta referencia a la casa de la señora despertó en Mordejai el recuerdo del galán bunito; y como se excitara más de la cuenta con tal motivo, apresurose Benina a calmarle con la noticia de que Ponte se había marchado ya a sus palacios aristocráticos, y de que ni ella ni su ama Doña Francisca querían trato ni roce con aquel viejo camastrón, que les había dado un mal pago, despidiéndose a la francesa, y quedándoles a deber el pupilaje.

Cuando Álvaro, creyendo bastante cargada la mina, suplicó que se le dijera algo, por ejemplo, si se le perdonaba aquella declaración, si se le quería mal, si se había puesto en ridículo... si se burlaba de él, etc., Ana, separándose del roce de aquel brazo que la abrasaba, con un mohín de niña, pero sin asomo de coquetería, arisca, como un animal débil y montaraz herido, se quejó... se quejó con un sonido gutural, hondo, mimoso, de víctima noble, suave.

Todos los días vuelve, siguiendo los pasos de tu mujer y tu hija cuando regresan de la Iglesia de los jesuítas ó de sus juntas de Hijas de María. ¿No presientes la proximidad de ese enemigo invisible? No percibes su roce? El último de tus criados lo ve y estás ciego. Te mira á todas horas y conoce tus acciones.