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De unos tulipanes de cristal trenzado, suspendidos en un ramo del techo por un tubo oculto entre hojas de tulipán simuladas en bronce, caía sobre la mesa de ónix la claridad anaranjada y suave de la lámpara de luz eléctrica incandescente. No había más asientos que pequeñas mecedoras de Viena, de rejilla menuda y madera negra.

Fuera del hotel, el matrimonio montó en un automóvil elegante. El español prefirió marchar á pie hasta la plaza de la Estrella, donde tomaría simplemente el Metro. Era una tarde primaveral, de aire suave y cielo dorado. Robledo marchaba con una vivacidad juvenil. La imagen de su infeliz camarada Torrebianca pasó de pronto por su memoria. Esto no era extraordinario.

En sus ojos, de mirar suave y apacible, se notaba constantemente el extravío del terror; en torno de ellos el sufrimiento había trazado un círculo violáceo. Hablaba muy poco, no reía jamás. Cuando la dejaban en paz, sentábase en cualquier rincón y permanecía inmóvil mirando a un punto fijo, o bien se acercaba al balcón y escribía en los cristales con el dedo.

FRICANDEAU. Se mecha con jamón y tocino gordo un trozo de buena ternera, y se dora en manteca; se le pone cebolla cortada a ruedas, nuez moscada, vino blanco y tomillo. Se cubre con un papel de estraza en vez de tapadera y se cuece a fuego muy suave.

Es verdad, sobre todo los domingos, en que viene tanta gente repuso la vecina con voz suave, dulcísima, como las notas de una flauta sonando en un bosque de laureles y mirtos. ¡Eso es! se apresuró a exclamar Mario, vivamente impresionado por esta profunda observación.

El sol metía sus rayos por debajo de la capota; el ambiente parecía impregnado de fuego, y el obligado contacto dentro del carruaje comenzaba a comunicarle el suave y voluptuoso calor de aquel cuerpo adorable... ¡Qué desgracia que aquella mujer tan hermosa fuese Ernestina! Era una mujer nueva. Experimentaba junto a ella impresiones sólo sentidas en su época de noviazgo.

Al llegar aquí monsieur Sans-délai, traté de reprimir una carcajada que me andaba retozando ya hacía rato en el cuerpo, y si mi educación logró sofocar mi inoportuna jovialidad, no fue bastante a impedir que se asomase a mis labios una suave sonrisa de asombro y de lástima que sus planes ejecutivos me sacaban al rostro mal de mi grado. Permitidme Mr.

Es sencilla, cual la flora de los bosques filipinos donde aletea el suspiro perfumado de los vientos: tiene un alma grande y noble y en sus labios purpurinos van a morir dulcemente nuestros hondos sufrimientos. Tiene el eco sollozante de las notas del kundiman, tiene el ritmo alado y suave de los vates cuando riman las estrofas de un poema con palabras de ilusión;

¡Conservo suave memoria de los días allí pasados! mi cuarto, encalado de blanco, con una cruz negra, tenía un recogimiento de celda. Me despertaba siempre al toque de maitines.

5 Tu cabeza encima de ti, como la grana; y el cabello de tu cabeza, como la púrpura del rey ligada en los corredores. 6 ¡Qué hermosa eres, y cuán suave, oh amor deleitoso! 7 Tu estatura es semejante a la palma, y tus pechos a los racimos! Y tus pechos serán ahora como racimos de vid, y el aliento de tu nariz como de manzanas;