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En la especie de asombro indignado que expresaba su cara, comprendí que me había visto perfectamente meterme el sobre en el bolsillo. ¿Qué preciosos papeles son esos, Elena, que guarda con tanto misterio? Estaba yo como la grana y traté de responder riendo: La curiosidad es un pecado de mujer; los sabios lo han dicho. ¿Es una carta? Aunque así fuese... ¿Una carta para usted?

Confiesa tu grave falta de aquellos tiempos, cuando contabas treinta y cinco años... y ten valor para decirle: «Sr. D. Frasquito, yo quise a un guardia civil que se llamaba Romero, el cual me tuvo trastornada más de dos años, y al fin se negó a casarse conmigo...». Vamos, mujer, no es para que te pongas como la grana. Después de todo, ¿qué ha sido ello? Querer a un hombre.

El uno de los estudiantes traía, como en portamanteo, en un lienzo de bocací verde envuelto, al parecer, un poco de grana blanca y dos pares de medias de cordellate; el otro no traía otra cosa que dos espadas negras de esgrima, nuevas, y con sus zapatillas.

Sólo la tibia luz de las estrellas mis pasos alumbraba: su pálido fulgor me parecia aún más alegre que la luz del dia. Al dejarla, sus tintas de oro y grana esparcia en el cielo la mañana, y cuando el sol se alzó en el horizonte, pensando en la victoria que al dulce amor debia, yo no qué sentia que en medio del recuerdo de mi gloria triste la luz del sol me parecia.

«¿Enfermo? dijo Maxi, clavando en ella sus ojos de iluminado . En efecto, tenía un brazo en cabestrillo. ¿Pero por dónde sabes...?». No, no, yo no sabía nada replicó Fortunata enteramente aturdida. ¡ lo has dicho! exclamó Rubín con la mirada terrorífica . ¿Por dónde lo sabes? La prójima se puso como la grana; después volvió a palidecer.

De repente sufrió un fuerte ataque de tos que intentó ahogar llevando el pañuelo a sus labios rojos como la grana. Y luego sintió que desfallecía; pareciole que la ventana huía delante de ella, que el suelo se hundía bajo sus pies, y tambaleándose llegó a la cama, cayó boca abajo sobre ella, estrechando convulsivamente contra su pecho el pañuelo y la zapatilla.

No es ese temor replicó la hija del médico , lo que me induce al arrepentimiento, sino el temor de haber lastimado un corazón sensible, de haberle hecho una profunda herida. No te comprendo dijo doña Luz ; ¿qué quieres dar a entender? ¿Qué corazón sensible es ese? El del P. Enrique respondió en mala hora doña Manolita. Doña Luz se puso roja como la grana.

La inconveniencia de este triunfo me infundió vergüenza. El rubor coloró mis mejillas. Debí ponerme encendido como la grana, y más aún cuando advertí que Pepita me aplaudía y me saludaba cariñosa, sonriendo y agitando sus lindas manos. En fin, he ganado la patente de hombre recio y de jinete de primera calidad.

Ya el sol bello pontifica en el espacio, en su altar de azul y grana y con su hostia de topacio. ¡Ya está mudo el gran palacio! Diciembre, 1903. ¡Alma de Diciembre, perfume de Pascua, que impregnas la arcilla de mi corazón, y en lo frío pones de mi vida un ascua de alegría ingenua y otra de ilusión...!

Quisiera morir cuando el sol traspone los montes lejanos del horizonte, cuando muere la luz entre celajes de ópalo y grana. Quisiera morir, y sería feliz si supiese que en mi tumba solitaria vendría usted a depositar algunas margaritas silvestres... Timoteo repetía los conceptos poéticos que más habían herido su imaginación en la letra de los nocturnos y canzonetas que tocaba.