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Encontró ladrones; pero no ladrones de buen tono, no ladrones fashionables como José María, que parecía una ascua de oro, montado en su brioso alazán. Eran ladrones de poco más o menos: pedestres, comunes y vulgares. Ya sabéis lo que es ser vulgar en Inglaterra. No hay apestado, no hay leproso que inspire a un inglés tanto horror como lo que es vulgar. ¡Vulgar!

Trotaron los caballos, se alejó en salvo el coche, y a su espalda, ya lejos, arreció el rumor formidable del motín, semejante al ruido de una presa cuando rota la esclusa se precipita el agua en oleadas de espuma sucia y turbulenta. Desde que la mano levantaba el pegado cortinón de alfombra, reforzado con tiras de cuero, quedaban los ojos deslumbrados. La iglesia estaba hecha un ascua de oro.

Para enterrar sus difuntos tienen cementerios señalados, y la fiesta fúnebre se reduce á colocar sobre la sepultura del finado la cabeza de un pollo con un áscua encima, mientras el Pandita murmura las oraciones adecuadas.

Un enjambre de chicos rodeaba el altar portátil de San Rafael, que parecía un ascua de oro; otros se mantenían derechos por los contornos del presbiterio, bajo la vigilancia del cura, que no cesaba de dar vueltas, administrando equitativas correcciones con su muleta al que no se estaba quieto.

Pero cuán grande no sería su sorpresa al encontrarse, a poco trecho y sin salir del intrincado bosque, a las puertas de un suntuosísimo palacio, que parecía un ascua de oro por lo que brillaba, y en cuya comparación pasaría por una pobre choza el espléndido alcázar del Rey Venturoso.

¡Alma de Diciembre, beso de la Pascua que aromas la arcilla de mi corazón! ¿Por qué en nuestras vidas no pones un ascua de candor eterno y eterna ilusión?

Quizá en Madrid llamasen también la atención; porque en la capital de España, no hay más remedio que confesarlo, tampoco es frecuente ver a los sabios en su verdadero traje por las calles. La iglesia resplandecía por dentro de luces y ornamentos. Parecía, según la expresión vulgar, un ascua de oro.

En la iglesia, hecha un ascua de oro, con cortinas de terciopelo del barato, cenefas de papel dorado, candilejas mil, enormes ramilletes de trapo y unos pabellones que parecían de teatro de tercer orden, había tal concurrencia, que era muy difícil penetrar en ella.

Sin hacer más reparos, los tres se fueron en seguida a la velada y feria que había en la plaza, la cual, con los muchos farolillos y candilejas que la iluminaban, parecía una ascua de oro; y por el bullicio y por la muchedumbre de gente, que casi la llenaba, era un hormiguero de seres humanos.

A las cinco de la tarde ellas y ellos, llevando las primeras la corona sobre una bandeja, van á buscar al párroco, y este con la comitiva lo hace del Alcalde, dirigiéndose todos al Tribunal. El salón está hecho un ascua de fuego. Donde quiera hay espacio para una colgadura, flota un damasco; donde quiera hay lugar para fijar un clavo, luce una mecha alimentada por aceite, petróleo, cera ó esperma.