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A veces, sin embargo, me asaltaban impulsos de contar un cuento picante o de soltar un juramento gordo. Esta perpetua vigilancia sobre mismo me abrumaba. Gracias a Dios, tengo el corazón bastante tierno y bastante generoso para comprender las exigencias de otro corazón, sin que haya afectación de mi parte.

También se quedaron Chisco y Pito Salces con otros dos mozones de mi confianza, bien advertidos por de muchos cuidados, particularmente el de la vigilancia, no si porque me salió espontáneamente de adentro la ocurrencia, o porque me la inspiró una mirada elocuentísima de la mujer gris, al ver cómo iba a quedarse la casona, sin nosotros, indefensa y punto menos que vacía.

Cada cual nadó por su lado. Al ruido que habíamos hecho habíanse despertado algunos marineros que dormían en los barcos anclados, y acudió también la pareja de carabineros que estaba de vigilancia. Diéronse voces de socorro; prodújese el alboroto consiguiente. A me sacaron en vilo dos marineros que habían saltado en un bote.

Muy pocas cosas puedo decir acerca de la prostitucion de esta ciudad extraordinaria. Los lectores saben que la prostitucion se considera aquí como una industria, industria que tiene su matrícula, que está bajo la vigilancia del gobierno, pagando en trueque una contribucion. La policía da á las mujeres públicas dos horas de reclamo; desde las nueve hasta las once de la noche.

El brigadier sonrió al oír aquel discurso, y dijo: Bueno, Manolo, te encargas de dar algunas vueltas por esta casa y vigilar que todo marche bien... Y si quieres y tienes tiempo para sacar a Miguel a paseo, sácale... Nada, hombre, pierde cuidado, te digo. En efecto, el brigadier partió aquella noche para Sevilla dejando a Miguel al cuidado de los criados y bajo la vigilancia de su tío.

Otros, más ásperos de alma, empezaban a mirarse con recelo y suspicaz vigilancia, temiendo una mutua traición en el negocio que aún estaba por venir. La riqueza achica los corazones y los endurece.

Los venales encargados de la vigilancia les imponían contribución según su clase: tantas pesetas a los mochileros, tantos duros a la gente de a caballo.

Los socios arrancaban las hojas o se llevaban papel y hierro. Se resolvió últimamente dejar los periódicos libres, pero ejercer una gran vigilancia. Era inútil. Don Frutos Redondo, el más rico americano, no podía dormirse sin leer en la cama el Imparcial del Casino. Y no había de trasladar su lecho al gabinete de lectura. Se llevaba el periódico.

Jamas el hombre medita demasiado sobre los secretos de su corazon; jamas desplega demasiada vigilancia para guardar las mil puertas por donde se introduce la iniquidad; jamas se precave demasiado contra las innumerables asechanzas con que él se combate á propio.

Tristán ya pertenecía a su familia de derecho; iba a ser su hermano próximamente y no saldría de casa sino enteramente curado. No hay para qué encarecer el esmero afectuoso con que fue atendido y mimado en los pocos días que permaneció postrado. Todos querían hacerle compañía, todos querían agasajarle envolviéndole en una atmósfera tibia de vigilancia y amor.