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Si los objetos de arte han sido en otro tiempo objetos útiles, si el Arte arrastra consigo la idea de inutilidad como algunos afirman, hay que confesar que los socios del Club de los Salvajes, en materia de boquillas obran como verdaderos artistas.

Una de ellas fué el desfilar uno en pos de otro a cierta distancia, todos los socios de la tertulia por delante de él. Don Rosendo quedó de aquella vez sin saliva y con la garganta destrozada. Y en efecto, don Rosendo se había abstenido hasta entonces de hacerlo. Creía que debía guardar ciertas consideraciones al jefe del bando contrario.

Algo más lejos está Manolito Dávalos, solo. Más allá Pinedo con algunos socios, entre los cuales sólo conocemos a Rafael Alcántara y a León Guzmán, conde de Agreda, por haber sido los de la fiesta nocturna en casa de la Amparo que tanto disgustó al duque de Requena.

De vez en cuando sacan el fino pañuelo de batista, y con una delicadeza que les honra se dedican largo rato a frotarla mientras su espíritu reposa dulcemente abstraído de todo pensamiento terrenal. Graves, solemnes, armoniosos en sus movimientos, los socios más distinguidos del Club de los Salvajes chupan y soplan el humo del tabaco de dos a cuatro de la tarde.

Su heroísmo era el de los mercaderes, capaces de toda clase de resignaciones mientras su mercancía no corre riesgo, pero que se convierten en fieras si alguien atenta contra sus riquezas. Los socios del Ateneo, todos viejos, eran los únicos seres masculinos del pueblo.

Estas palabras ya no hacían sonreír a los socios del Caballista, sino que las aprobaban con fervorosos gestos, con toda su fe de ricos labradores, que encogían los hombros cuando algún iluso proponía pantanos y canales, y todos los años costeaban grandes fiestas a la Virgen de la Merced, sacándola en rogativa apenas faltaba el agua a sus campos.

Y los socios acababan riendo de don José, llevándose un dedo a la frente para indicarle su locura, bromeando sobre el primer hombre del mundo y su gracioso apoderado. Poco a poco, como inaudito privilegio, consiguió introducir a Gallardo en la sociedad.

Son los primeros días de otoño; los balcones están cerrados; el viento mueve un leve murmullo en el jardín; poco a poco van llegando los socios a su recreo de la noche; brillan las lámparas eléctricas. Estos socios, unos juegan a los naipes; otros, al dominó juego muy en predicamento en provincias , otros charlan sin jugar a nada.

Por allí andaban Foja, los dos Orgaz y algunos otros de los socios del Casino que asistían a las cenas mensuales en que se conspiraba contra el Provisor. El ex-alcalde se multiplicaba, entraba y salía en casa de don Santos, bajaba con noticias, le rodeaban los amigos. Está espirando. ¿Pero conserva el conocimiento? Ya lo creo, como usted y como yo. Era mentira.

Estamos hechos unos burgueses decía Isidro . No hay en Madrid una pareja legal que viva tan virtuosamente como este par de socios... libres. Y se aislaban cada vez más, satisfechos de su amor, olvidados del mundo, creyendo que la vida podía deslizarse de este modo eternamente.