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Perdonad, perdonad, señora dijo Montiño, notando el disgusto de doña Ana ; los desventurados creemos que nadie tiene que hacer más que pensar en ellos. Adiós, señora, adiós... y recibid mil plácemes por vuestra buena fortuna. Adiós, señor Francisco, adiós. El cocinero salió y doña Ana cerró con precipitación el postigo.

Sin aguardar respuesta echó á andar D. Fadrique, y D. Carlos, si bien con disgusto, no pudo menos de seguir sus pasos.

Con su ex-novio se mostró circunspecta, dejó aquel tono agresivo que con él acostumbraba a emplear y se hizo más suave y formal; pero también, con gran disgusto suyo, la emoción que sentía al hablarle se le traslucía no pocas veces en una leve alteración de la voz y en palideces o rubores enfadosos.

Los criados de la casa también podían escribir formulando idénticas reclamaciones; pero confiaban en el talento mundano de la señora, que le permitiría alguna vez salir definitivamente de apuros, y se limitaban á manifestar su disgusto mostrándose más fríos y estirados en el cumplimiento de sus funciones.

A las tres y media, de la estación Paddington. ¿Será cómodo para usted? Vendrá conmigo y será mi huésped. Y se rió picarescamente al ver cómo se rompían las conveniencias, y no se tenía en cuenta el probable disgusto que le causaría a la señora Percival.

Yo, maestro artista, repelo la alpargata con sacrosanta indignación. No sigamos por ese camino, Apolonio, porque tendríamos un disgusto. Como presidente de la Diputación y, por tanto, representante del Gobierno legítimo, no puedo consentir que nuestra invicta bandera se ponga en tela de juicio. No le digo a usted: zapatero a tus zapatos, porque no quiero provocarle.

Todavía esperaremos más de un cuarto de hora repuso el hombre reflejando disgusto en su fisonomía. Yo me encogí de hombros con indiferencia, y alcé los ojos al cielo, quiero decir, a la rubia. ¡Oh, conozco bien a esos señores! prosiguió. ¡No me darán chasco, no!... Dicen que a las siete y media saldrá el primero pa el campo... Pues ya verá V. cómo han de ser las ocho menos cuarto bien largas...

No son los nervios, sino una verdadera tristeza... Es el alma quien padece y no el cuerpo. ¿Pero tienes acaso algún motivo de disgusto?... Tengo un presentimiento. ¡Bah, quién hace caso de presentimientos! María guardó silencio y Ricardo también. Era la hora del obscurecer.

Calló Currita, y con la cabeza baja y las manos cruzadas y entornados ojitos, esperó muy devotica el sermón formidable, la peluca tremenda que creía ella iba a venir tras de aquello, seguida de alguna violenta exhortación a la confesión y la penitencia, con algunos toquecitos de llamas del infierno; y luego, más tarde de lo que ella deseaba y con tanto anhelo iba buscando, un generoso ofrecimiento, noble, sincero y amplio... Mas el padre Cifuentes, que había escuchado sin pestañear todo aquel cúmulo de vergüenzas y de horrores, que no había hecho el menor gesto de asombro, de disgusto, de compasión ni de protesta, sacó la tabaquera de cuerno, tomó un polvo y dijo lacónicamente: Haga usted los Ejercicios...

Vanos fueron los supremos esfuerzos de Pérez para impedirlo: por más que participara al Embajador de Inglaterra cuanto en la corte se pensaba, y en su ayuda vinieran á París Sir Robert Cecil y Justino de Nassau, como fracasara por entonces el Conde de Essex en la segunda jornada contra los galeones de la plata y no compensara el daño que pudo hacer en las Azores durante el verano de 1597 , los gastos y averías del armamento, el disgusto de la Reina Isabel y de sus consejeros, que daba mayor tirantez á las relaciones, vino á hacer irrevocable la resolución de Enrique IV; y lo que el intrigante consejero consiguió tan sólo, resistiéndola indiscretamente, fué que, descubiertos los manejos, le fuera cerrada la Cámara del Rey .