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Me remangué los pantalones y salí a la calle. ¡Pues qué! Yo que he aguantado sin pestañear noches enteras todas las leyendas de la Edad-Media que el Sr. Velarde y otros ilustres mosquitos líricos de su misma familia, han dejado caer desde la tribuna del Ateneo, ¿flaquearía ahora ante unas miserables gotas de agua?

No pensaba en semejante cosa el tuerto Bermúdez, que le escuchaba sin pestañear y bostezando a ratos; y eso que podía jurar que lo de las artimañas y las componendas con las clases inferiores, iba con él porque era rico y del solar de Peleches, y vivía en Sevilla, y tenía negocios y amigos de muchas castas en varias partes, incluso Villavieja; sabía también que los Vélez de la Costanilla le detestaban con cuanto le pertenecía, y que si venían a visitarle entonces era sólo por darse lustre y venderle la fineza; sabía además que el resoplado Vélez, con todos aquellos pujos de idealismo aristocrático, era, so capa, el mayor y más funesto intrigante que había en Villavieja, con excepción del otro, de Carreño, el de la Campada, que allá salía con él en intrigas y en agallas; y sabía, por último, que era relativamente pobre y pobre vanidoso, vivía retraído y envidioso y maldiciente, lo mismo que sus hijos e igual que todos sus fidalgos progenitores.

En pie, a cierta distancia del corro, Andrés la contempló sin pestañear buen rato, siguiendo con atención sus movimientos. Celesto se había colado dentro de la giraldilla, y estaba causando entre las mozas mucha risa y algazara con sus dicharachos y muecas: las abrazaba, les pasaba la mano por el rostro cuando bien le venía, les pegaba fuertes empujones, sin que ninguna se diese por ofendida.

Parecía lela o quizás tenía semejanza con esos penitentes del Hindostán que se están tantísimos días seguidos mirando al cielo sin pestañear, en un estado medio entre la modorra y el éxtasis. Ya era tarde cuando se le acercó Belén sentándosele al lado.

Tampoco hay burra objetó el cazador sin pestañear ni alterar un solo músculo de su faz broncínea. ¿Que... no... hay... bu... rraaaaa? articuló, apretando los puños, don Pedro . ¿Que no... la... hayyy? A ver, a ver.... Repíteme eso, en mi cara. El hombre de bronce no se inmutó al reiterar fríamente. No hay burra.

A su lado un niño pobre, rubio, pálido y delgado, de seis años, sentado en el suelo junto a la falda de su madre cubierta de harapos, cantaba sin pestañear, fijos los ojos en la Dolorosa del altar portátil; cantaba, y de repente, por no se sabe qué asociación de ideas, calló, volvió el rostro a su madre y dijo: ¡Madre, dame pan!

Miró sin pestañear a Fortunata, y cogiéndole una mano, le dijo con voz temblorosa: «Si usted me quiere querer, yo... la querré más que a mi vida». Fortunata le miró también a él, sorprendida. Le parecía imposible que el bicho raro se expresase así... Vio en sus ojos una lealtad y una honradez que la dejaron pasmada. Después reflexionó un instante, tratando de apoyarse en un juicio pesimista.

Sólo Carlota tenía ánimo para sostener a su hermana y mirar sin pestañear las horribles quemaduras. Su honda emoción no se leía más que en la blancura de cera de su tez. La desdichada Presentación no cesaba de exhalar quejas a las cuales añadía frases desesperadas que desgarraban el alma.

Pues, hija mía, no te mortifiques más tiempo... Cuando las cosas no convienen, ya sabes el remedio. Soledad le miró fijamente y con sorpresa. Resistió el guapo la mirada sin pestañear. Hubo una corta pausa en que ambos trataron de escudriñarse el alma. Al cabo dijo aquélla levantándose: Está bien. Lo que ha de ser, cuanto más pronto, mejor. Y subió á su cuarto con paso firme.

Si su destino era ese, lo aceptaba sin pestañear: él había entrado en la vida por la puerta color de rosa, como convidado que acude a espléndida fiesta, a deleitarse con manjares y músicas y placeres sin cuento, y encontró el salón a obscuras, la mesa del banquete desierta, pan y agua por todo manjar, los demás invitados de blusa en vez de frac, y no escuchó más música que la del arado, de la azada y del martillo... ¡ah! no, ¡muchas gracias! él no había venido para eso, ¿por qué le engañaron? ¿a qué le trajeron? si no existía algún medio de hacer como aquellos pocos, que no visten blusa, y se pasean y divierten, se marchaba. ¿Había uno? ¿y no era necesario sudar ni quebrarse la cabeza? no, mucho pulso y buena suerte.