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Actualizado: 18 de julio de 2025


Se había hecho sangre una vez, pero continuaba sin hacer caso. Luego pidió al mozo que le trajese una botella de ron y un vaso grande. Llenolo hasta los bordes de este licor, y lentamente, sin hacer el menor gesto ni pestañear siquiera, lo bebió todo. Luego colocolo sobre la mesa frente al conde, y dijo gravemente: Usté no haser esto. Pasó por los ojos del magnate calavera una chispa de furor.

Van-Horn, con la caña del timón en la mano, la barba revuelta y los ojos muy abiertos, miraba sin pestañear las olas y trataba de evitarlas para que no los tomaran de través; Hans, Cornelio y el chino, pálidos y aterrados, se ocupaban en achicar el agua que entraba por las bordas de la chalupa. Van-Stael de vez en cuando los animaba con una palabra o con un gesto, y les preguntaba: ¿Tenéis miedo?

Escuchó sin pestañear la lectura que con monótona y quejumbrosa voz le endilgara su amigo Simplón. Y, después de oírla, meneó doctoralmente la cabeza a uno y otro lado, diciendo: Como ensayo, no está mal tu cuento-poema, Juanillo. Carece de lugares comunes, y esto demuestra tu buen gusto. Pero tu prosa no está del todo escrita, y sólo queda lo que está escrito.

Pero aún no se había extinguido la carcajada del público, cuando sonó una nueva voz más aguda y estridente desde el balcón de otra taberna, y Aresti vió á un jayán que cantaba como si contestase al viejo, mientras éste le escuchaba sin pestañear, preparando mentalmente la contrarréplica. El doctor conocía á aquellas gentes.

Bien seguro estaba Pacorrito de haber hecho tilín á la dama. Esta le miraba, y sin moverse ni pestañear ni abrir la boca, decíale mil cosas deleitables, ya dulces como la esperanza, ya tristes como el presentimiento de sucesos infaustos.

Los galgos, en un momento, ¡zás, zás!, se las tragaban sin pestañear; lo mismo que si le echasen cartas á un buzón. Los jayanes comían lentamente, sin mostrar prisa. Así estuvieron varias horas.... ¿Y quién ganó? preguntaron varios al mismo tiempo, interesados por la estúpida apuesta. ¿Quién había de ganar? Los hombres.

En una de las discusiones que se suscitaron, Luís, siguiendo su eterna manía, trató de convencer al Padre de que el guingón que se fabricaba en Francia aventajaba en mucho al que producen los telares de Barcelona; el buen Padre que no conocía Francia, ni su guingón, que era español rancio y por ende castellano viejo, que se levantaba invariablemente á las cinco, comía la prosaica olla con mucho azafrán, sobra de jamón y falta de huesos, á las doce, que la monumental jícara de espeso chocolate le era tan necesaria al cuerpo á las cinco, como necesarios para la guarda de su regla los maitines á las doce, oía sin pestañear á mi buen amigo Luís, sonriendo maliciosamente.

Tendido boca arriba en el césped, contemplaba sin pestañear el firmamento, sumergiendo la mirada en sus profundos senos azules, pensando algunas veces descubrir detrás de ellos algún inefable misterio. Aquella posición le mareaba al cabo.

Margarita de Austria le clavó una mirada iracunda, que la otra sostuvo sin pestañear. Luego, acercando la boca a su oído, le dijo con rabioso acento: Si usted no me sigue ahora mismo, llamo a dos criados para que la saquen del salón a viva fuerza. La reina de Escocia se estremeció; pero tuvo aún ánimos para contestar: Deseo ver al señor duque.

¿No oyó usted, D. Andrés? Parece que viene gente... No nada. Ambos quedaron atentos, silenciosos, sin pestañear siquiera. Después de un rato, los dos percibieron, en efecto, confuso rumor de voces allá abajo, entre los castañares. Vienen a buscarnos dijo la joven empalideciendo.

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