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Seguí adelante, gobernando al N 1/4 NO. A las tres fondo, y reconociendo que no era buen paraje, zarpé el ancla y me hice á la vela, y navegué por 3-1/2, 4-1/2, 5 y 6 brazas de agua, y fondo en 2-1/2, á distancia de una milla de la Isla de Bordas, demorando esta por su medianía al N 1/4 NO.

Muchos pasajeros abandonaron el comedor apresuradamente. Había que ver la partida del emisario, su vuelta a los dominios oceánicos para dar cuenta al dios de la comisión realizada. Amontonóse la gente en las bordas del paseo. El Océano estaba iluminado con fantásticos reflejos: era blanco, después verde, y al final rojo.

Y de esta cofa a las bordas, se tendían en ángulo los cordajes de acero, las escalas para la marinería, todas las lianas férreas que la construcción naval hace crecer en torno de los mástiles para asegurar su estabilidad y facilitar su acceso.

Sonó el tercer rugido y se miraron los pasajeros, consultándose para saber cuántos permanecían en tierra. Faltaban muy pocos. La gente se agolpó en las bordas, saludando con gritos y aplausos irónicos a los que llegaban retrasados. En la proa y la popa formaban los emigrantes dos masas obscuras, sobre las cuales se agitaban los pequeños redondeles blancos de las cabezas.

¡Hombre al agua! Al cerrar la noche, salió de Torrevieja el laúd San Rafael, con cargamento de sal para Gibraltar. La cala iba atestada, y sobre cubierta amontonábanse los sacos, formando una montaña en torno del palo mayor. Para pasar de proa a popa, los tripulantes iban por las bordas, sosteniéndose con peligroso equilibrio.

Como habían tenido la precaución de llevar cuerdas en la chalupa, les fué fácil sujetar firmemente a proa y a popa los dos remos, amarrándolos a las banquetas; partieron otro remo por la mitad para utilizar los trozos como vergas, y con la tela encerada y una manta hicieron las velas, atándolas por las puntas inferiores a las bordas de la chalupa.

De pronto la vela se agitó temblorosa, se distendió como con un latigazo; el barco se inclinó de costado y comenzó a deslizarse volando. El patrón se colocó en la caña del timón y los marineros se sentaron en las bordas. El mar se cortaba bajo la proa del barco y cuchicheaba dulcemente, íbamos dejando una estela blanca, brillante, a la luz del amanecer.

A las siete y media de la mañana salí de la expresada barra, y navegué al NNE hasta las doce del dia, que habiéndose llamado el viento á la proa, navegué á remo hasta las tres de la tarde, que desembarqué en la Isla de Bordas, y desde ella observé que rompia la mar por la parte de afuera desde el NE hasta el SE.

Salí al amanecer para á bordo del bergantin, á fin de traerlo hasta la Isla de Bordas, para aproximarlo mas al Colorado, y seguir de allí con las embarcaciones menores al reconocimiento, y porque me faltaban viveres, y no me era posible con los que tenia seguir adelante el reconocimiento, con solo la chalupa me costó bastante hallar la boca del Arroyo del Baradero pues sobre no tener mas que 15 varas de ancho, no tiene señal alguna por donde se conosca, por ser todo mar al rededor como 3 leguas, y con una y media brazas de agua.

El vigilante disparó el revólver contra la lancha y la gorra blanca de Marenval voló al mar atravesada por un balazo. En el mismo instante resonó un crujido formidable. La lancha, lanzada á todo vapor contra la chalupa, la había abierto por enmedio de las bordas. Se oyó un grito y todo se hundió. Sobre las olas se veía solamente la lancha del yate.