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Los primeros meses de escuela mi madre me enviaba a la Iñure, a la salida, y aunque la buena vieja no era muy severa conmigo, tenía que marchar a su lado, mientras mis camaradas campaban solos por donde querían. Después de muchas súplicas y reclamaciones, conseguí libertad para ir y venir a la escuela sin rodrigón vigilante.

La estancia era una inmensa sala destartalada. Paco Gómez habitaba el palacio de un marqués que jamás había puesto los pies en Lancia, del cual su padre era mayordomo. El implacable bromista presidía vigilante y solícito los trabajos de sus compañeros, acudiendo a todas partes, saliendo a cada momento para dar órdenes a los criados o para recibir los mensajes que le enviaban.

Ahora es lo mismo. Hace tiempo que buscaba esta ocasión... te atisbaba con vigilante mirada... quería robarte, como te robé en casa de los Requejos, y al fin lo he conseguido... Que venga acá doña María a arrancarte de mi poder. Lo demás te lo dirá tu prima. Ya llegamos.

Mi primer servicio en carácter de vigilante fui a prestarlo a los veinte días de mi ingreso, bajo la dirección del cabo Pérez; el teatro elegido fue el Ministerio del Interior , donde se requería, por no qué causa, ayuda de la fuerza pública. El tal servicio consistía en estar parado en la puerta de la sala de espera... y en nada más.

La Muerte rondaba en torno del mísero populacho, como un lobo alrededor del rebaño, siempre vigilante, con las uñas afuera y los dientes agudos. Zarpazo aquí, dentellada allá, la gran enemiga se mostraba infatigable. Siempre había en el hospital más de una docena de camas ocupadas por carne enferma que pedía entre gemidos el auxilio de don Luis.

Desearía que me trajera un coche. Piense que lo mejor que puedo hacer es irme directamente a mi casa, que está en la calle Great Russell. Es un viaje muy largo. ¿No sería más conveniente que fuera primero al Hospital West London? indicó el vigilante. No repliqué decidido. Quiero irme a casa y llamar a mi médico.

El vigilante puede oírnos, y todo se perdería... ¡Jacobo! ¡Mi pobre Jacobo! ¡En qué estado te encuentro! Mírame... que yo vea tus ojos... ¡Cómo has debido sufrir para llegar á esta delgadez, á este abatimiento!... Le atrajo al ángulo más lejano de la sala, donde era difícil verlos é imposible oirlos desde fuera.

Vino la noche, y los vidrios se obscurecieron, tomando tintas suaves y misteriosas. La gran nave quedó por fin en completa sombra; mas en lo alto de sus muros velaban, como espectros de moribundo resplandor, las pintadas efigies de cristal. En el centro del lóbrego santuario lucía un punto de luz: era la lámpara del altar, que como un alma despierta y vigilante oraba en el recinto.

Entre aquellos angelitos no se sabe lo que es broma; y prueba de ello, que si tremendos fueron los zurriagazos que el vigilante sacudió en las nalgas de sus insubordinados condiscípulos, no fueron más flojas las guantadas que éstos le atizaron en las mismísimas narices.

Al oir ese ruido el vigilante apareció en la puerta y viendo á Tragomer sentado con el preso, que lloraba á lágrima viva, dijo: ¡Ah! ¿Está contando su historia y eso le conmueve?