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Actualizado: 27 de mayo de 2025


Pues ¡y lo de que rompieron el hielo a cañonazos para que se hundieran los enemigos que estaban encima!... ¡Bonito modo de hacer la guerra! Pero, hombre de Dios, si andaban por sobre el hielo se resbalarían y... pobres nalgas del Emperador..., digo, de los tres Emperadores, pues ahí dice usted que eran tres nada menos. ¿Sabes, Gregoria, que es aprovechada la familia?

Tenía un hombro al aire, y una de las nalgas estaba también a la intemperie. ¡Con cuánto amor pasó la mano por aquellas finísimas carnes, de las cuales pensó que nunca habían conocido el calor de una mano materna, y que estaban tan heladas de noche como de día! «Toca, toca dijo a la criada ; muertecito de frío». Y al Sr. Izquierdo: «Pero ¿por qué tiene usted a este pobre niño tan desabrigado?».

Bartolo iba delante con marcha tortuosa y derrengada. ¡Míralo, míralo! exclamaba Celso con exótico acento. ¡Qué morrillo sabroso luce el maldito! ¡qué buenas piernas! ¡qué nalgas!... Bien se conoce que la tía Jeroma no tiene otro pichón que cebar... ¡Vaya un pimpollo!... Me han dicho que todas las mañanas le unta de manteca fresca para que esté suave y reluzca... Á ver, Bartolo...

Concluído el acto, él en persona remueve la tina de salmuera, le refriega las nalgas, le arranca los pedazos flotantes y le mete el puño en las concavidades que aquéllos han dejado. Facundo vuelve a su casa, lee las cartas interceptadas, y encuentra en ellas encargos de los maridos a sus mujeres, libranzas de los comerciantes, recomendaciones de que no tengan cuidado por ellos, etc.

El viejo reumático parecía loco; en la desesperación que le causaban sus dolores, vociferaba, blasfemando, y Cesárea, de la inanición que la consumía, estaba como idiota, y no hacía más que dar azotes en las nalgas a un chico mocoso, lloricón, y que ponía los ojos en blanco de la fuerza de sus berridos y contorsiones.

También lo tenía aplicada en las nalgas enrojecidas y en las mejillas ensangrentadas de Catalina de Aragón, la domadora de vampiros... Como realmente esa noche la pobre mujer no podía proporcionarse dinero, los golpes fueron más recios que de costumbre. Y ella gritaba y gemía como si la desollasen viva...

D. Alejandro O'Reilly en 1774; cuando después de tan gloriosas jornadas se le han podrido a uno las nalgas sentado en la portería de la oficina del Detall y Cuenta y Razón del arma de Artillería, viendo entrar y salir a los señores oficiales, y haciéndoles un recadito hoy y otro mañana, bien se puede alzar la cabeza y tener una opinión sobre cosas militares.

Daban estos gritos dos mozas en cueros, que corrian con mucha ligereza por la pradera, y en su seguimiento iban dos ximios dándoles bocados en las nalgas. Movióse Candido á compasion; habia aprendido á tirar con los Búlgaros, y era tan diestro que derribaba una avellana del árbol sin tocar á las hojas; cogió pues su escopeta madrileña de dos cañones, tiró, y mató ámbos ximios.

Allá se fue Benina despacito, porque el sujeto que la guiaba era de lenta andadura, como quien anda con las nalgas encuadernadas en suela, apoyándose en las manos, y estas en dos zoquetes de palo. Por el camino, el hombre de medio cuerpo arriba aventuró algunas indicaciones críticas acerca del moro, y de su conducta un tanto estrafalaria.

Apenas tiraban el trapo, se echaban a correr llenos de pánico, dándose con los talones en las nalgas, y precipitándose de cabeza por encima de las tablas, sin que el toro se hubiese movido de su sitio. Los banderilleros clavaban los palos en el aire muchas veces; otras en alguna región ignorada del animal.

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