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Las mejillas se le habían encendido, los ojos brillaban: la ira hacía estremecer sus labios. No las razones sutiles y el arte y el ingenio de Quino, no las bromitas saladas de Celso ni las súplicas ardientes del temerario Bartolo consiguieron aplacar la cólera del héroe de la Braña. Estaba resuelto á no tomar parte ahora ni nunca en las contiendas de los de abajo.

Bartolo volvió la cabeza. ¿De qué os reís? ¿De qué ha de ser? ¡De ti! respondió su primo. ¿Sabes lo que te digo, Bartolo? manifestó Celso con mucha calma. Habían llegado ya á las alturas que dominan el lugar de Villoria. La cañada se ensanchaba un poco allí y en las amenas praderas que el riachuelo dejaba á entrambas orillas estaba asentado el pueblo, el más grande y poblado después de la capital.

En segundo lugar, la alcaldesa era una gallega de admirable fuerza y robustez, y naturalmente era más temible a sus ojos que el doctor Bartolo lo había sido a los de su modelo.

Bien está que vayamos á Fresnedo y á la Braña á dar satisfacción á los amigos; pero de eso á decir que los de Lorío nos han de moler las costillas hay lo menos legua y media de distancia. Mientras á Bartolo, el hijo de la tía Jeroma, no se le rompa en la mano este palito tan cuco de fresno, ningún cerdo de Lorío le molerá nada.

Al salir tropezó cerca del pórtico con la tía Brígida y la tía Jeroma, aquellas venerables hermanas que tuvieron la dicha de dar al mundo al prudente Quino y al pernicioso Bartolo, de fama inmortal. La habían visto desde un prado próximo entrar en la iglesia y picada su curiosidad bajaron rápidamente á esperarla.

Llegado el momento de pisarla, Regalado envía recado á Nolo de la Braña y Jacinto de Fresnedo, hijos de sus primos Pacho y Telesforo, avisa á algunos inteligentes labradores de Canzana, entre ellos al tío Pepón, padre de la hermosa Telva, que ya conocemos, y ayudado de Quino, Bartolo y otros mozos de Entralgo se comienza solemnemente la fabricación de la sidra.

No volverás á tener otro tan majo, Bartolo. Me alegro de que haya sido mentira lo que me dijeron. ¿Qué te dijeron? preguntó un poco turbado el valiente. Que la tía Jeroma te había llevado por las orejas á casa antes de comenzar la gresca. ¿Quién dijo eso, puño? Suéltalo en seguida, porque quiero meterle estos cachos del garrote por los dientes exclamó hecho una furia el hijo de la tía Jeroma.

Al cabo, viendo crecer siempre el número de tus enemigos y sintiendo tus fuerzas agotadas, supiste como hábil guerrero salir del campo de batalla sin ser notado y refugiarte entre los espesos castañares. Los demás buscaron asilo en las casas. En vano , fatal Bartolo... Pero no... Bartolo no estaba allí... ¿Dónde estaba Bartolo?

El glorioso Bartolo aprovecha la confusión para acercarse á Nolo y le dice: Ya que esta noche en la peña de Sobeyana habéis zurrado la piel á esos cerdos de Lorío. Todos te lo agradecemos, Nolo. En este pueblo siempre tendrás guardadas las espaldas. Muchas gracias, Bartolo responde el héroe mientras en sus labios se dibuja una sonrisa altiva. Nada de eso que me dices.

Mi persona... Y revolviendo el garrote le doy con toda mi fuerza en el brazo y le hago soltar de la mano el suyo. En seguida le arrimé tres ó cuatro vardascazos en el cogote. Toma, para que te acuerdes del hijo de la tía Jeroma. ¿Pero eres , Bartolo?... Perdona, hombre, no te conocía. Y viene y me da la mano diciéndome: Yo contigo nunca tuve sentimiento alguno.